Jeffrey Dahmer fue un asesino en serie caníbal estadounidense, que agredió sexualmente y descuartizó a 17 hombres. Cuando a Jeffrey Dahmer le dieron por primera vez el alto en un control policial, no imaginaban que tras ese porte atractivo, educado y con cierto encanto personal, se escondía un peligroso asesino en serie. Además de caníbal. Ese día, en el maletero de su coche transportaba restos de una de sus víctimas. El error fue dejarle marchar, imponiéndole únicamente una multa por exceso de velocidad. Esta negligencia costaría la vida a otros 16 hombres. Era el comienzo de una orgía necrófila sin parangón. Jeffrey Lionel Dahmer nació el 21 de mayo de 1960, en Milwaukee, en el seno de una familia de clase media. Tal como declararía en numerosas ocasiones, en su infancia no hubo sucesos fuera de lo común que justificaran en lo que se convertiría. No hubo malos tratos ni tampoco abusos sexuales, como en otros casos, por ejemplo, el de Ed Kemper. Jeffrey siempre fue un chico tímido y solitario, al cual le costaba relacionarse con otros niños. Le encantaban los animales, pero con el paso del tiempo comenzaría a aficionarse a la disección de animales muertos “para ver cómo eran por dentro”.
Niño solitario de espaldas
Fantasías recurrentes anormales
En Bath (Ohio), el pueblo en el cual pasó su adolescencia, la homosexualidad era tabú. En esa época, Jeffrey comenzó a ser consciente de su inclinación sexual hacia los hombres, pero el problema era que entre sus fantasías, los hombres estaban inmóviles, inconscientes, etc. Además, había establecido una asociación entre violencia y sexo, lo cual marcaría su conducta y acciones futuras. Jeffrey era consciente de que ese tipo de pensamientos no eran normales, por ello comenzó a beber grandes cantidades de alcohol, lo cual provocó su expulsión de la universidad y del ejército (se había alistado por indicación de su padre). Sus impulsos eran demasiado fuertes, por lo que ni el alcohol ni tampoco los maniquíes que guardaba en el armario para simular a personas inertes lograban aplacarlos.
Poco a poco fue madurando su gran fantasía en la que disponía de un amante sumiso. Consciente de que no podría lograr esto de forma consensuada, y ampliando su fantasía, se propuso captar a un hombre para llevarlo a su casa, drogarlo, matarlo, tener relaciones sexuales con el cadáver y comer partes del mismo.
Primer asesinato, a un desprotegido autoestopista
Cuando se graduó en el instituto, sus padres se divorciaron al poco tiempo: Lionel Dahmer alquiló una habitación en un motel cercano y la madre se fue a Wisconsin con su hijo menor, David, dejando a Jeff solo en casa. Aquel verano de 1978, cometió el primer asesinato. Volvía a casa en su coche tras tomar unas cervezas en un bar y recogió a un joven autoestopista llamado Steven Hicks.
Dahmer le invitó a su casa a beber cerveza y a fumar marihuana. Cuando Hicks dijo que se tenía que ir, en un arrebato, Dahmer le golpeó en la cabeza con una mancuerna y luego lo estranguló con ella. Presa del pánico, bajó el cadáver al sótano. Por la mañana, compró un cuchillo de caza, le abrió el vientre y se masturbó sobre las vísceras. Después de eso, despedazó el cuerpo, lo metió en bolsas de basura y las cargó en su coche. De camino a un basurero cercano, fue interceptado por una patrulla de policía.
La suerte quiso que no inspeccionaran el contenido de las bolsas y únicamente le multasen por exceso de velocidad. Aterrado, volvió a casa y metió las bolsas en una gran tubería de desagüe que había en el sótano. Cuando volvió dos años después, cogió los huesos y los machacó con un gran mazo. A continuación, esparció los restos por la maleza que rodeaba la casa. Las pulseras y reloj que llevaba la víctima fueron arrojadas al río.
Tras este primer asesinato, estuvo dando tumbos por culpa de su adicción al alcohol: intentó ir a la universidad pero abandonó tras suspender todas sus asignaturas; se alistó en el ejército, de donde también fue expulsado antes de tiempo. En un intento por enderezarse, fue a vivir con su abuela a una localidad cercana a Milwaukee. Se convirtió en un hombre de fe, dejó la bebida y pareció que puso fin a sus impulsos sexuales. Hasta que una tarde, estando en la biblioteca, se le acercó un joven que le dejó una nota en la que le ofrecía favores sexuales en el lavabo. Según parece, ese momento fue decisivo para despertar su apetito voraz por querer someter a otros hombres a su voluntad. Como sabía que aquello no era correcto, robó el maniquí de una tienda, que utilizaba para masturbarse. Pero esto no apagaba su sed insaciable.
Segundo asesinato: encuentro mortal en un hotel
Tras nulos intentos por frenar sus pulsiones, una noche de 1986, en un bar de ambiente gay, conoció a Steven Toumi, con quien fue a un hotel a practicar sexo. Ya en la habitación, Dahmer le echó cuatro somníferos en la bebida para dejarlo inconsciente. Aunque siempre dijo no recordar lo que ocurrió, cuando Jeff despertó, encontró el cadáver de Toumi con la cabeza fuera de la cama, los brazos llenos de contusiones y varias costillas rotas.
Ante aquella escena, y sin perder la calma, se fue a comprar una gran maleta con ruedas, volvió al hotel y metió el cuerpo en ella. Fue en taxi hasta el sótano de casa de su abuela, donde poder descuartizarlo a gusto. El proceso fue casi idéntico al que realizó con su primera víctima, aunque esta vez, deshuesó el cadáver y conservó el cráneo como recuerdo.(psicologiaymente.com)
Pudieron cogerle más de una vez
Fueron varias las ocasiones en las que tuvo contacto con la policía, pero nunca fue motivo de sospecha. En una ocasión, tras drogar y abusar sexualmente de una de sus víctimas, Konerak Sinthasomphone, laosiano de 14 años, decidió ir a un bar a por bebidas.
Mientras Jeffrey estaba en el bar, Konerak, aún aturdido, recuperó la conciencia y logró salir del apartamento. El caníbal le había hecho una trepanación, un agujero en la cabeza con un taladro y había vertido ácido directamente a su cerebro (entre las fantasías que iba incorporando, se encontraba recuperar con vida a esas víctimas para mantenerlas a su lado como zombies).
Cuando Jeffrey se disponía a volver a su apartamento, se encontró con el chico desnudo y sentado en la acera, sin casi poder pronunciar palabras. Estaba rodeado de policías asombrados ante la situación que tenían ante sí. Jeffrey se acercó y logró convencer a los agentes de que era su amante y estaba ebrio. Le creyeron, y no solo eso, además le ayudaron a llevarlo nuevamente a su apartamento. Tal vez si hubieran prestado más atención al hedor del apartamento (del cual quedó constancia en el informe de inspección posterior), o simplemente hubiesen entrado al apartamento, podrían haber visto que en el dormitorio ya había un cadáver. Finalmente, Konerak quedó a merced de su verdugo, quien lo estranguló minutos después.
Un caníbal cazado
Las víctimas que escaparon de las garras de Jeffrey tras sufrir abusos sexuales no fueron una ni dos, fueron varias. Cuando las víctimas acudían a denunciar lo sucedido, la policía no prestaba interés. De esta forma, Jeffrey mostraba cierta condescendencia a las fugas de sus presas, pues no le causaban muchos problemas. Pero en julio de 1991, Tracy Edwards quien había sido esposado por Jeffrey, consiguió escapar de su apartamento y paró a una patrulla de policía en las inmediaciones. Cuando procedieron a registrar el apartamento, no sabían la magnitud del descubrimiento.
Descubrieron fotografías de evisceraciones y restos humanos de once personas. Jeffrey escondía cabezas en el frigorífico, órganos en el congelador, calaveras en los armarios, sangre por las paredes y un bidón de 215 libros con ácido y tres torsos humanos en descomposición. Tras este descubrimiento, tuvo lugar una enorme conmoción en la sociedad americana. Lo más inquietante era que todos esos asesinatos se habían producido en el más absoluto anonimato e indiferencia popular, pues nadie había echado de menos a sus víctimas, lo cual complicaba aún más la posible relación de Jeffrey con tales crímenes.
Condena y final
Jeffrey se declaró culpable de los diecisiete asesinatos, las pruebas contra él eran indefendibles. La cuestión que más se planteó durante el juicio era si Jeffrey sufría algún tipo de trastorno mental o no. La defensa no lo tenía fácil, pues Jeffrey había dado suficientes muestras de saber perfectamente lo que hacía, así como de las implicaciones legales o morales de sus actos.
Por diez votos contra dos, en el año 1992 fue declarado culpable sin enajenación y condenado a 937 años de prisión. Concedió varias entrevistas de gran valor forense. Robert Ressler, quien en su día acuñó el término asesino en serie, recoge en su libro Dentro del monstruo una amplia entrevista a Jeffrey con motivo de una petición de la defensa para que testificara durante el juicio. Ressler sostuvo que una persona con tales impulsos no debería ir a prisión, sino a un hospital psiquiátrico.
Finalmente, su estancia en prisión sería muy corta. En 1994 otro preso lo abordó en el gimnasio de la cárcel y le golpeó con una barra de pesas hasta que lo mató. Ese fue el final de Jeffrey.(lamenteesmaravillosa.com)
Fuentes
REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO