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Juan Lerma: “Las enfermedades mentales no son peores que las demás, aunque sí que afectan a un órgano vital, al órgano del alma”

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El Dr. Juan Lerma, neurocientífico, nos habla de las enfermedades del alma, y cómo los avances en el conocimiento del cerebro son la clave para vencer patologías como la depresión, la esquizofrenia, la ansiedad o el alzhéimer. Como explican los doctores Juan Lerma y José Luis Rozas en su libro El cerebro y las enfermedades del alma (Espasa) el conocimiento del cerebro ha avanzado de forma considerable en las últimas décadas, pero aun así la ciencia sigue estando a años luz de poder conocer y desentrañar todas sus particularidades. “El problema de todo esto es que el cerebro es un órgano extraordinariamente complejo y estamos muy por detrás en su conocimiento respecto a otros órganos del cuerpo humano”, afirma el doctor Lerma, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y director del Centro Internacional de Neurociencias Cajal (CINC-CSIC).

Una de las consecuencias de ese desconocimiento, entre muchas otras, es la dificultad para conocer las causas y conseguir tratamientos efectivos para revertir las “enfermedades del alma”, aquellas que tienen su origen en el cerebro como, por ejemplo, la depresión, la esquizofrenia, el autismo o el alzhéimer. Una dificultad que, optimista, el experto considera que se podrá salvar en este siglo XXI gracias a los grandes avances en neurociencia.

¿Podríamos decir que el cerebro sigue siendo un órgano con muchos secretos?

Sí, efectivamente. Y aunque sabemos mucho y a lo largo del último siglo hemos aprendido mucho de la biología molecular, de la genética, de la fisiología, de las neuronas, etcétera, seguimos dándonos cuenta de que desconocemos mucho, sobre todo al considerar al cerebro en su conjunto, como un todo. El problema de esto es que la asociación de las neuronas del cerebro en distintos circuitos y sistemas genera propiedades que no son predecibles de la suma de las características individuales de las neuronas.

Por eso hay que estudiar el cerebro y entender cómo funciona en su conjunto. Yo creo que en el siglo XXI vamos a conseguir desentrañar este reto, pero hasta ahora las propiedades emergentes conjuntas del cerebro (por ejemplo, cómo se genera la consciencia, los sentimientos, la memoria) son cosas de las que algo sabemos, pero todavía se nos escapan.

Pocas disciplinas enseñan tan claramente como la neurociencia que, cuanto más sabemos, más nos queda por aprender. ¿Es eso frustrante para alguien que se dedica al estudio del cerebro?

Bueno, lo asumimos porque sabemos que es así. Cuando estás estudiando el cerebro y vas descubriendo cosas, te vas dando cuenta de que hay otros muchos flecos y aspectos que ignoras. Pero, en fin, esa curva yo creo que se revertirá antes o después, porque la ciencia y el conocimiento van avanzando mucho. Las enfermedades mentales afectan al comportamiento, a tu ser, a tu alma, de forma que cuando tienes un brote psicótico, por ejemplo, dejas de ser quien eres y eso es, en parte, lo que genera el estigma.

Es como un gran puzle al que le vamos poniendo piezas aquí y allá. Y a medida que vas poniendo piezas te das cuenta de que el paisaje que estás completando es más grande de lo que imaginabas. Pero no cabe duda de que a base de poner piececitas llegaremos a tener una idea global de lo que es el paisaje del cerebro, aun cuando no estén todas las piezas en su sitio.

En la primera página del libro enumeráis una serie de cualidades del hombre que, juntas, podrían dar forma a aquello que llamamos alma: es decir, “aquello que nos impulsa, que nos dota de pensamiento y de voluntad, y que cesa o desaparece en el momento de nuestra muerte”. ¿Podríamos decir entonces que el alma humana se halla en el cerebro? Aquí hay que hacer una aclaración. El alma a la que nosotros nos referimos no hace referencia al concepto religioso de alma trascendente, sino a ese conjunto de propiedades que son actividades cerebrales que nos hacen humanos, que nos hacen ser de una forma u otra. Así que, en ese sentido, si el alma está en algún sitio, indudablemente está en el cerebro.

Todos los órganos enferman, pero pocas enfermedades tienen más estigma que las mentales. ¿Por qué?

Precisamente porque te matan el alma (risas). Las enfermedades mentales son enfermedades como cualquier otra, porque tienen una base física y somática y, por tanto, se pueden analizar, se pueden estudiar y se deberían poder curar, aunque ahora no estemos cerca de esto. Lo que pasa es que estas enfermedades, clásicamente, han estado asociadas a la demonización. Por ejemplo, cuando la gente tenía epilepsia se decía que estaba poseída. Gracias a la investigación hoy sabemos que la epilepsia es una enfermedad como un cáncer de páncreas o una úlcera de duodeno, lo que pasa es que no sabemos muy bien cómo curarla.

“Las enfermedades mentales no son peores que las demás, aunque sí que afectan a un órgano vital, al órgano del alma”

Por eso en el libro defendemos que hay que aumentar el conocimiento y la investigación neurocientífica para poder llegar al meollo de la cuestión, a entender las causas y ponerle remedio. Lo que pasa, dicho esto, es que las enfermedades mentales afectan al comportamiento, a tu ser, a tu alma, de forma que cuando tienes un brote psicótico, por ejemplo, dejas de ser quien eres. Eso genera el estigma.

Al final, si tú tienes una úlcera de duodeno, llamas al trabajo y dices que no te encuentras bien y que vas a ir al médico. Sin embargo, si tienes un brote de depresión no llamas al trabajo, sino que tratas de disimularlo porque existe el estigma de que es una enfermedad peor que las demás. Con esta idea, obviamente, hay que acabar, porque las enfermedades mentales no son peores que las demás, aunque sí que afectan a un órgano vital, al órgano del alma.

Posiblemente las dos enfermedades del alma más recurrentes son la depresión y la ansiedad. ¿Es lógico que se disparen los casos de depresión y ansiedad?

Es completamente lógico. El estrés continuado induce fenómenos de depresión y ansiedad y eso se ha visto durante la pandemia, en la que se ha visto que han aumentado los casos de depresión. No en toda la gente, eso sí, porque hay personas más resilientes que otras, con unas experiencias que han modelado su cerebro de determinada manera para soportar mejor estas circunstancias. Muchas veces recurrimos de forma simplificadora al concepto de depresión (“estoy depresivo”), cuando a lo mejor solo tenemos un momento malo y estamos un poco tristes. ¿Cómo diferenciar tristeza de depresión?

Son dos extremos de la misma cosa. Uno puede estar triste porque se ha muerto un amigo o porque le han echado del trabajo. Ahí tienes una especie de depresión exógena, con una causa objetiva que, cuando desaparece o se atenúa, desaparece también. El problema son las depresiones mayores o endógenas, cuando no hay una causa objetiva de por qué una persona está deprimida.

“El estrés continuado induce fenómenos de depresión y ansiedad y eso se ha visto durante la pandemia”

Esas depresiones son muy difíciles de curar y son devastadoras, porque dejan al individuo completamente inhabilitado. ¿Por qué se producen? ¿Cuál es la causa? ¿Qué es lo que ocurre dentro del cerebro para que se produzcan? Tenemos muy pocos conocimientos y por eso hay dificultades para curarlas, probablemente porque ese “estar depresivo” no se origina de una manera única, sino que los sistemas que se desbaratan son diversos y al final generan lo mismo, que es un comportamiento anómalo.

Has comentado antes que hay personas más resilientes a las situaciones de estrés. ¿Marca la infancia el desarrollo de nuestro cerebro?

El problema del cerebro es que no madura hasta muy tarde, hasta los 20-21 años, por lo que los circuitos neuronales van a estar modelados por nuestra propia experiencia durante esas dos décadas: si hemos estudiado o no, si te han pegado de pequeño o no, si has sufrido abusos o no, etcétera. Cuidar la infancia y tener una educación de calidad es fundamental, y es un crimen que eso no se proteja, porque estamos modificando el cerebro de los niños para siempre. Por eso, cuidar la infancia y tener una educación de calidad es fundamental, y es un crimen que eso no se proteja, porque estás modificando el cerebro para siempre. Al final el ambiente en el que se cría y educa una persona modifica el cerebro para bien o para mal.

¿Cree que la sociedad es consciente de esto?

Yo creo que no y que es una labor que deberíamos hacer quienes trabajamos en este ámbito, tanto para informar a la población, como a las autoridades. Por ejemplo, se me ocurre que recortar la inversión en educación es un auténtico acto terrorista de cara a la sociedad del futuro. O permitir que haya abusos y maltratos a niños es también un crimen. Solo tenemos un cerebro y no te lo pueden trasplantar, así que las modificaciones que se producen en él durante su maduración y afectan a su actividad y funcionamiento a futuro son tremendamente importantes

Al final sólo tenemos un cerebro y, a diferencia del corazón, no te lo pueden trasplantar, así que las modificaciones que se producen él durante su maduración y que afectan a su actividad y funcionamiento a futuro son tremendamente importantes.

El desconocimiento que aún hoy existe del cerebro. ¿Podríamos decir que ese desconocimiento se encuentra detrás de la dificultad para encontrar cura a enfermedades del alma como el autismo o la esquizofrenia?

Pasa exactamente igual que con la depresión. Fíjate que relacionados con el autismo se han descrito alrededor de 150 genes, lo que es una barbaridad que quiere decir que el comportamiento que se hace patente en las personas con autismo se puede generar de muchas maneras. Al final son enfermedades polisémicas y seguro que debe existir un común denominador en ellas, pero ese común denominador aún no lo conocemos. El alzhéimer es otro ejemplo paradigmático de enfermedad del alma, en este caso de enfermedad que acaba apagando el alma. ‘La revolución contra el alzhéimer se ralentiza’, titulaba recientemente un reportaje publicado en El País, a propósito de las expectativas –no cumplidas– que había puestas en aducanumab tras décadas sin apenas avances. ¿Qué hace tan compleja a la enfermedad de alzhéimer?

Sabemos que hay muerte de neuronas que producen déficits funcionales en el cerebro que acaban apagando el alma, pero no sabemos con certeza por qué se mueren esas neuronas. Hay varias hipótesis que se han visto más o menos reforzadas, algunas como la de la beta tóxica y la tau tóxica, que están cada vez más cuestionadas.

“El cerebro es un órgano extraordinariamente complejo y estamos muy por detrás en su conocimiento respecto a otros órganos del cuerpo humano”

El problema de todo esto es que el cerebro es un órgano extraordinariamente complejo y estamos muy por detrás en su conocimiento respecto a otros órganos del cuerpo humano. Así que no queda otra que seguir estudiándolo. También es verdad que la neurociencia es una ciencia relativamente nueva y que, como todas las ciencias, avanza cuando hay herramientas que permiten estudios más concretos. Algunas de esas herramientas se han desarrollado bastante en los últimos años y yo creo que eso va a favorecer el conocimiento y el abordaje de enfermedades como el alzhéimer.

 ¿Somos optimistas?

Yo diría que sí. En los últimos años, como decía, se han desarrollado herramientas, sobre todo de imagen cerebral que permiten estudiar el cerebro como un todo sin sacarlo de la cavidad craneal. Estas tecnologías ya están aportando cosas, y seguramente en conjunción con otras tecnologías que van apareciendo nos harán dar el salto. Nosotros, por ejemplo, dedicamos el anexo a la optogenética. El primer paper sobre esta técnica se publicó alrededor del 2012 y ya está dando resultados espectaculares, porque es una herramienta que te permite manejar los circuitos bastante específicamente, lo que está ayudando a entender qué comportamiento está relacionado con qué circuito, o cuál es el papel de un circuito determinado en generar pensamientos u emociones, etcétera.

“La optogenética es una herramienta que está ayudando a entender cuál es el papel de un circuito determinado en generar pensamientos u emociones, etcétera”

En animales, por ejemplo, gracias a esta técnica se ha conseguido revertir la agresividad que un ratón muestra ante la llegada de un intruso estimulando el hipotálamo. Así que posiblemente es algo que también podamos hacer en humanos para que no haya personajes como Putin. No sé qué le pasará en el cerebro al líder ruso, pero la verdad es que lo tiene bastante afectado.

Esta entrevista fue publicada en Webconsultas: webconsultas.com

REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO

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