Thomas Edison fue un inventor particularmente prolífico que registró 1093 patentes a su nombre, algunas de las cuales cambiarían por completo nuestra vida. Por tanto, no es extraño que quisiera rodearse de los mejores colaboradores. Edison había diseñado una entrevista de trabajo muy peculiar. Les planteaba a los candidatos para ocupar el puesto de asistente de investigación una serie de preguntas, como por ejemplo: ¿De qué tipo de madera se fabrican los barriles de queroseno? ¿Cómo se obtiene el ácido sulfúrico? ¿Dónde se cultiva el algodón más fino del mundo? ¿Dónde se encuentra la presa Asuán? Algunos de los entrevistados se quejaron aduciendo que era imposible responder a todas sus preguntas, a menos que alguien fuera una enciclopedia ambulante. El escándalo llegó hasta The New York Times, que publicó la serie de preguntas. La respuesta de Edison, publicada en el mismo periódico, fue: “cada error de memoria podría costar 5.000 dólares en pérdidas”, una cantidad considerable en aquella época. Sin embargo, la entrevista no terminaba ahí. Se cuenta que Edison también pedía a los participantes que probaran un plato de sopa. Y descartaba inmediatamente a quienes le agregaban sal o pimienta antes de probarla. ¿Por qué? El inventor no quería contratar a personas que trabajaran en base a suposiciones.
El riesgo que implican las suposiciones
Una suposición implica dar por sentada una cosa sin tener pruebas suficientes que la respalden. Suponer implica hacer conjeturas en base a indicios que no son del todo claros para llegar a una conclusión que damos por cierta, aunque existen grandes probabilidades de que no lo sea. En el test de la sal de Edison, los candidatos que añadían inmediatamente sal o pimienta asumían que estas eran necesarias, cuando lo más lógico sería probar primero una cucharada.
De hecho, el principal problema de las suposiciones es que no las sometemos a prueba, tomamos decisiones y actuamos asumiendo que son una “verdad absoluta”, sin darnos cuenta de que se trata tan solo de una posibilidad dentro de un amplio abanico de opciones.
“Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto. Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan – nos lo tomamos personalmente -, y después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas”, explicó Miguel Ruiz.
La imperiosa necesidad de hacer suposiciones
Las suposiciones nacen de nuestro pavor a la incertidumbre y la ambigüedad. A nuestro cerebro no le gustan los espacios vacíos y las hipótesis, prefiere rellenar las imágenes y trabajar con conclusiones. Así logramos darle un sentido al mundo y a las cosas que nos suceden, lo cual nos brinda la sensación de seguridad.
Este ejemplo clásico de la Gestalt nos muestra que nuestro cerebro siempre intenta encontrar patrones y realiza suposiciones basándose en lo que ya conoce. Podríamos decir que la imagen solo muestra una serie de manchas pero en su lugar vemos un perro.
Obviamente, cuando intentamos buscar un sentido en situaciones más complejas, como las interacciones sociales, podemos llegar a ser muy parciales, eligiendo solo aquellos trozos de realidad que nos sirvan para confirmar nuestras creencias.
Cuando llegamos a una conclusión que nos satisface, la damos por válida y no la contrastamos más. Tomar decisiones basándonos en esa suposición, abstrayéndonos de la realidad, suele ser la fuente más común de conflictos interpersonales, grandes errores y estrepitosos fracasos.
¿Podemos dejar de suponer?
Dejar de suponer es complicado puesto que se trata de una tendencia natural para buscar explicaciones. Sin embargo, si somos conscientes de esa tendencia, podremos poner a prueba nuestras suposiciones y deshacernos de su influjo. ¿Cómo lograrlo?
Migue Ruiz, en su libro “Los cuatro acuerdos”, un interesante ensayo basado en la sabiduría de los antiguos tolteca, nos da la clave: “La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular”.
Este artículo fue publicado originalmente por Rincón de la Psicología en el siguiente enlace: rinconpsicologia.com
REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO