Una nueva forma de hacer psicología



Álex Rovira: La frase “no estés triste” no tiene sentido, porque las emociones no dependen de la voluntad”

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Álex Rovira, coautor de ‘La buena suerte’, acaba de publicar ‘Alegría’, en el que nos invita a cultivar y transmitir esta emoción con la que afirma es posible cambiar el mundo. En esta entrevista nos da algunas pautas para ello. Aunque, como él mismo afirma, no es escritor, y su profesión es otra empresario, economista, conferenciante y consultor Álex Rovira ha publicado ya varios libros con gran éxito. ‘La buena suerte’, que escribió junto a Fernando Trías de Bes en 2004 y ha sido traducido a 42 idiomas, es probablemente el más conocido a nivel internacional, pero no el único. Ahora, ha decidido investigar sobre una emoción vital para los seres humanos, la alegría, y divulgar sus conclusiones en un libro del mismo título (‘Alegría’, Zenith, 2017) y del que es coautor junto a Francesc Miralles. Según nos explica, la alegría no es solo un antídoto contra la tristeza, sino una forma de ver la vida, de actuar, y de transmitir pensamientos y emociones positivas, con la que asegura convencido es posible cambiar el mundo.

“La alegría constituye los ladrillos de la felicidad, y se puede trabajar; es como la buena suerte, puedes crear las circunstancias para cultivarla, experimentarla y contagiarla”

¿Por qué has escrito un libro sobre la alegría? ¿Crees que la estamos perdiendo, o que no sabemos dónde encontrarla?

Son muchos los motivos por los cuales nace este libro; por un lado, la constatación de que, históricamente, se ha escrito sobre muchas otras emociones antes que la alegría. A lo largo de la historia se ha hablado mucho del miedo, de la tristeza, de la rabia, incluso de sentimientos que no son emociones, como por ejemplo la vergüenza. Y sobre la alegría apenas Montaigne habla de ella, Bergson, Sartre habla de ella, Nietzsche hace alguna referencia a ella, pero no son tantos los que se atreven a abordarla porque, además, durante muchos años se ha considerado la alegría como algo banal o frívolo.

Incluso dentro de lo que es el cuerpo contemporáneo de investigación psicológica no hay muchas investigaciones sobre la alegría, porque la psicología se ha orientado esencialmente al estudio de la patología.

En segundo lugar porque, al observar el entorno, yo recuerdo quizás con una lectura subjetiva y sesgada de mi realidad que cuando era pequeño, o joven, había más alegría. Habría que saber en qué medida esto es objetivo, o no, pero lo he hablado con mis padres –mi padre tiene 85 años, y mi madre tiene 80 años y también ellos dicen que “antes vivíamos con menos, pero había más alegría”.

Y en tercer lugar, a través también de un proceso personal, y es que por diversas circunstancias en los últimos años he tenido que convivir con muchos duelos, con situaciones realmente trágicas de mi entorno más cercano, o a segundo nivel. Y llegó un punto en el que decidí escribir sobre la alegría por necesidad. Es decir, cuando se te suicida un amigo, cuando se te mueren varios parientes cercanos de cáncer, aunque supongo que estoy en un momento de mi vida en que por ciclo vital es natural o es esperable que pasen estas cosas, yo necesité empezar a escribir sobre la alegría porque la estaba perdiendo, aunque no estaba en depresión.

A mí me gusta mucho caminar por la naturaleza, y allí encontraba un sosiego, y un día me embargó una profunda alegría sin objeto, lo que se puede llamar un momento de epifanía, muy difícil de explicar con palabras. Y fue entonces cuando tuve la clara vivencia de que la alegría no es solo una emoción, no es solo un sentimiento, no es solo un estado de ánimo, sino que es nuestra naturaleza esencial.

Está ahí, agazapada. Y también me pareció muy interesante que la alegría sea el antídoto no solo de la tristeza, sino del desánimo, el pesar, la depresión, la inercia, incluso del miedo; es un antídoto tan fuerte, y genera tantas hormonas endorfinas, dopamina, que merecía mucho la pena ser investigada. Pero no lo hemos querido hacer en forma de ensayo científico, sino en un formato de divulgación para todo tipo de públicos, donde además al final de cada capítulo hay una invitación a convocar la alegría.

También intentando que haya rigor, es decir, hay muchas fuentes en el libro y autores, a los que se hace una referencia muy suave porque está desarrollado en un tono epistolar con el que buscamos facilitar un encuentro con el lector. Son capítulos breves, cada uno con una idea muy clara, y en los que se abordan desde las alegrías pasivas en cuanto a que las vives y eres objeto de ellas, como la naturaleza, los animales hasta las activas: el placer de aprender, o las alegrías sin objeto. Hemos querido abarcar todo el espectro de alegrías, pero evitando realizar una clasificación que pudiera asemejarse a un ensayo filosófico, porque se trata de un libro de divulgación que pretende llegar a todos los públicos.

Dices que la tristeza es solo “el reverso de la alegría”, y que “sin ese contraste viviríamos en una apatía parecida a la muerte”. ¿Qué les dirías a los padres obsesionados por que sus hijos no estén tristes ni un minuto?

Si ese es el supuesto, es una impostura. He comentado con algunos amigos psicólogos y psiquiatras que vivimos en unos tiempos en los que se pretende tapar rápidamente, e incluso medicalizar, lo que antaño eran procesos naturales. Por lo tanto, yo les diría a esos padres que es importante escuchar la tristeza, y ver qué información aporta; de hecho, cuando los de Disney hicieron Inside out, aunque durante toda la película aparentemente la protagonista era la alegría, al final se da cuenta de que la tristeza tiene un rol fundamental, porque nos pone sobre aviso de lo que es esencial para la supervivencia, y si la alegría nos lleva a la filiación y al vínculo, a empoderar nuestra vida, y a aumentar la curiosidad y el deseo de estar con la otra persona, el amor, en definitiva la alegría es la puerta al amor, la tristeza nos informa de que algo no va, y por tanto hay que darle un espacio.

La frase “no estés triste” no tiene sentido, porque las emociones no dependen de la voluntad”

Fíjate que en el libro empezamos con el capítulo de la tristeza, y terminamos con el capítulo de la tristeza, dándole las gracias. Hay que saber vivir en esa ambivalencia, que es lo que nos hace humanos. Caer en un maniqueísmo, o en la negación de algo tan importante como la tristeza o el miedo, es poner en riesgo nuestra salud a todos los niveles, nuestra salud emocional, psicológica, mental, y física.

Y la tristeza te hace valorar, y también existe una convivencia en la ambivalencia; por ejemplo, puedes estar en un duelo dándole el pésame a un amigo porque ha perdido a alguien amado y estar profundamente triste, pero en ese abrazo que os dais encontrar también la alegría. No son emociones excluyentes, y educar a nuestros hijos en eso es importante.

¿Una infancia triste, puede llegar a determinar una vida sin alegría?

No necesariamente, pero en esos casos es conveniente llevar a cabo un trabajo de reflexión, de introspección, un trabajo de cuestionamiento. Las emociones se contagian; el entusiasmo se contagia, pero la depresión también, y en entornos familiares muy depresivos se crean caldos de cultivo que hacen que la persona se adapte a la negatividad.

Yo soy muy partidario de los procesos de psicoterapia bien llevados con un buen profesional, porque pueden cambiar mucho el rumbo de la vida de una persona. Evidentemente, si en la infancia ha habido unas circunstancias de tristeza importantes, cuando somos adultos podemos de alguna manera trabajar ese guion, redefinirlo; hay muchas herramientas y muy buenos terapeutas, y vale la pena cuestionarse, salvo que la persona haya hecho de la tristeza su goce, es decir, que tenga un enganche a la melancolía. Eso no es bueno ni malo, mientras no perjudique a otros y haga su vida, pero es cierto que convivir con alguien con esa forma de comportarse ejerce un condicionamiento muy grande.

“Alegría no es igual a felicidad, pero ayuda a conseguirla”

También dices que “no hay que confundir la alegría con la felicidad” pero, ¿se puede estar alegre y no ser feliz, o ser feliz sin estar previamente alegre?

Yo diría que la alegría constituye los ladrillos de la felicidad; es decir, la alegría es desnuda, es pura, te invade. Si yo te pregunto si estás alegre, me contestarás sí, o no, o tal vez en qué grado, pero lo tienes claro. Sin embargo, si en determinados momentos de la vida le preguntas a alguien si es feliz, se lo tiene que pensar.

La alegría es inmediata, es evidente, está o no está. Y tiene diferentes grados, desde el júbilo, la exaltación, la euforia, la algarabía…, hay muchísimas palabras que tienen que ver con esta emoción: la delectación, la libido, la voluptuosidad, el regodeo, el alborozo, la algazara, el gozo.

La felicidad es algo mucho más polifacético, y para algunos tiene que ver con el amor, para otros tiene que ver con el sentido de la vida. Es más complejo, requiere una mayor reflexión, es mucho más poliédrico. La alegría es una emoción, y la felicidad es un constructo cultural. Una de las cosas que decimos en el libro es que la alegría se puede trabajar, es como la buena suerte, puedes crear las circunstancias para cultivarla, experimentarla, y contagiársela a los otros.

Si solo esperas alegrías pasivas, aunque es cierto que puedes sentir alegría cuando tu equipo deportivo marca un gol, si no lo marca ese día, estarás amargado y triste. Y hay otra alegría que es la de practicar tu deporte favorito y compartirlo con tu hijo, o cocinar para tus amigos, o estudiar música y tocar el piano o hacer tus propias composiciones. Hay alegrías pasivas o pasiones, que diría Spinoza, y hay alegrías activas que son las que aumentan nuestro poder vital, y nos hacen más despiertos, más responsables, más solidarios, más conscientes y sobre todo nos permiten contagiar a otros, porque para mí lo más maravilloso que tienes es que se puede crear una epidemia de alegría.

¿Crees que hay personas capaces de transmitir alegría por su forma de ser y comportarse, incluso en los momentos difíciles?

Sin duda. Y de hecho en el libro cito a José el campesino, por ejemplo. Y mi abuela materna también era una fuente de alegría, y cuando escribía el libro pensaba muchas veces en ella, que era una persona alegre, que cantaba, que era muy cariñosa y absolutamente demostrativa, como en el capítulo de las caricias. Ella no juzgaba, era muy comprensiva y con una mentalidad totalmente abierta para su época, y siempre tenía una sonrisa en la boca. Y, sin duda, hay personas maravillosas, que desde la bondad y la generosidad elevan corazones, inspiran, acompañan y consuelan.

Esta entrevista fue publicada por Webconsultas:webconsultas.com

REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO

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