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Javier García

Javier García: “El proceso que sigue es que el estrés crónico acaba derivando en ansiedad, y la ansiedad crónica acaba llegando a depresión”

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Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Zaragoza, recomienda sentarse en un banco para observar a la gente que pasea por la calle. Pregunta qué es lo que se ve. Él lo hace, dice que le interesa, especialmente, cuando está en ciudades como Madrid, París o Londres, en hora punta.

Con el paso del tiempo y, de forma inevitable de la edad, se dio cuenta de que esta cuestión ya no era tan frecuente. «Entonces, lo entendí. Yo iba a la misma velocidad que ellos, corriendo también», apunta.

El especialista del Hospital Universitario Miguel Servet (Zaragoza) describe una situación con la que muchos se pueden sentir identificados. Lo sabe de buena mano, tras años de consulta, y lo cuenta en su nuevo libro Parar para vivir mejor (Harper Collins, 2023): «Las personas que van corriendo siempre hacen cosas, no pueden estar sin hacer nada.

Mientras caminan por la calle, suelen escuchar música. Si conducen al trabajo, tienden a poner la radio. Cuando llegan a casa, les gusta encender la televisión como ruido de fondo (…); mientras esperan al autobús, buscan en el móvil vídeos de Instagram, Tiktok o Facebook».

«Parar para vivir mejor». ¿Tiene la impresión de que vivimos pisando el acelerador?

Javier García. Sí, creo que es una impresión general. Soy psiquiatra, llevo muchos años en consulta, pero también veo que en la relación con la gente, amigos o compañeros, es una queja casi sistemática.

Todo el mundo siente que va demasiado acelerado, que va corriendo, que no tiene tiempo porque su agenda siempre es excesiva. Es una constante en casi todas las personas, trabajen o no trabajen, tengan la edad que tengan, incluso en personas jubiladas, y lo cierto es que es una situación psicológica.

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¿Está en nuestra mente?

Lo que quiero decir es que es una percepción subjetiva de que tenemos muchas cosas que hacer porque consideramos que todas son muy importantes y, además, nos refuerzan.

Si se compara a otras generaciones, ¿piensa que ahora se vive más deprisa?

Javier García. Por supuesto, si nos comparamos con otras generaciones, mis padres, nuestros abuelos, sí, sin duda. Nuestras agendas están más cubiertas, hay muchas más cosas que hacer, nos sentimos reforzados por todo lo que ocurre alrededor. Está mal visto no hacer nada. En el libro menciono una pregunta que hago muchas veces a la gente.

Señala que los niños tienen una visión del mundo que se pierde con la edad. Pero precisamente por la edad, también tienen menos responsabilidades. ¿Cómo se puede encontrar un equilibrio entre las obligaciones diarias y esa perspectiva más infantil?

Javier García. Dándose cuenta de qué es lo realmente importante. Uno de los sistemas nucleares, en el libro está, es saber cuál es el sentido de mi vida. Es una pregunta que hago siempre a la gente: «¿Qué es lo importante para ti?». La mayoría no tiene una idea clara, no lo sabe, sino que va por inercia.

En cambio, si uno tiene claro su sentido de la vida, generalmente, no tiene tanta necesidad de hacer cosas. Muchos de nosotros estamos continuamente atareados para no pararnos, sentirnos y ver una especie de carencia básica, lo que produce cierto malestar. Pero cuando uno conoce su sentido, puede seleccionar lo qué hacer y cuidarse a uno mismo. Es un cambio en la perspectiva de la vida.

¿Qué rasgos habituales observa en ese perfil de gente que siempre va corriendo?

Muchas personas que vienen a mi consulta no tienen una enfermedad o un trastorno, sino que vienen por estrés. El rasgo principal es la autoexigencia, el perfeccionismo, la necesidad de sentir que son útiles, que hacen cosas, de alguna forma. Ese perfeccionismo hace que no se permitan disfrutar de, tal siquiera, tener una tarde para ellos, para pasear, para no hacer nada, porque piensan que ese tiempo lo tendrían que emplear en algo.

Es una sensación de pérdida de tiempo, pues hay que utilizarlo para sacar el máximo provecho, pero es una distorsión. La vida es un tiempo para estar con la gente, para disfrutar, no para estar intentando hacer cosas sin parar. Una cosa es cumplir las obligaciones y hacerlo bien, y otra cosa diferente es guardar un espacio para ser felices.

Cuando habla con sus pacientes y les hace esa pregunta de si podrían estar una tarde sin hacer nada y no sentirse culpables, ¿qué conclusiones extrae?

Javier García. Que para muchos sería inconcebible. Me muestran su nivel de autoexigencia. Me dicen que se sentirían como unos vagos, como un fracaso, como un engaño al resto. No hace falta estar continuamente haciendo cosas para ser un buen profesional, un buen padre o buen amigo, hay que conseguir ese equilibrio para tener tiempo para uno mismo.

Si bien es cierto que hay individuos que, de forma natural, son capaces de darse ese espacio lo cual es muy sano; la sociedad actual espera que no se de, es decir, la importancia que la gente se otorga a sí misma es tener una agenda a tope con tareas todo el rato. Es lo que vende, aun cuando no siempre tiene que ser así y es absurdo que lo sea.

Lógicamente, una temporada puede acarrear estas circunstancias, pero para mucha gente es el sistema normal de funcionar, eso no es satisfactorio o eficaz. Existe una especie de expectativa social de que si uno es exitoso, con la agenda a tope, tiene que estar continuamente produciendo.

Pues no, no tiene sentido, de hecho, no ha sido así en la historia de la humanidad tampoco. La filosofía surge porque la gente tiene tiempo, las necesidades básicas están cubiertas y pueden dedicarse a pensar, a sentir, a disfrutar o a reflexionar. Las vacaciones son un buen ejemplo. Se van de viaje y, si en lugar de ver 20 monumentos, ven 18, ya es un fracaso. No se dan la oportunidad para bajar el ritmo y al final, acaban siendo más de lo mismo y vuelven estresados.

Hoy parece haber cierto éxito detrás de ese vivir corriendo. Muchos millonarios comparten su rutina diaria levantándose a las 5 de la mañana.

Claro, y no tiene sentido, ¿para qué? Si son millonarios, una razón más para disfrutar.

Compara a la langosta antes de morir en la cazuela, con el ser humano ante el estrés, la ansiedad y la depresión. Dice que si se introduce al animal con el agua fría, luego no percibirá cuando empiece a hervir. ¿En qué nos parecemos?

Sí, porque es un proceso muy progresivo, por eso cuento lo de cocer la langosta. Uno empieza a tener estrés por cosas muy razonables. Por ejemplo, un trabajo nuevo. Solo que, si en lugar de ser una cuestión temporal, se mantiene y se empieza a considerar una sensación normal, al final el cuerpo y la mente se acostumbran.

El proceso que sigue es que el estrés crónico acaba derivando en ansiedad, y la ansiedad crónica acaba llegando a depresión. Por ejemplo, el trabajador súper estresado ya se considera que es alguien que puede caer en el quemado profesional. Sin embargo, en las empresas está muy bien visto que alguien esté continuamente trabajando, que no descanse y que hasta responda los fines de semana. Eso no está bien porque no se puede soportar.

El problema es que la persona no se da cuenta, tal vez su entorno empiezan a ver que está más irritable, o que duerme peor, pero no es hasta que experimenta síntomas de ansiedad, depresión o de un infarto, que entiende que es momento de parar. Como le ocurre a esa langosta, no se da cuenta de que está quemado porque está acostumbrado, hasta que por un problema de salud, es evidente que tiene que cambiar de estilo de vida.

Esta entrevista fue publicada originalmente por La voz de la salud: lavozdegalicia.es

REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO

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