Una nueva forma de hacer psicología



Karla Wheelock: “El carácter se forma a través del ejercicio de la voluntad”

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Karla Wheelock fue la primera mujer latinoamericana que logró alcanzar la cima del Everest por su cara norte. En 2005 se convirtió también en la primera iberoamericana en conquistar la cumbre más alta de cada continente. Esta mujer, que en los años 90 rompió todas las barreras para las mujeres en el alpinismo, desprende positivismo y coraje. Es una de las montañistas más importantes de México, además de emprendedora social, educativa y medioambiental. Licenciada en derecho por la Universidad Autónoma de Coahuila (México), ha trabajado en distintas instituciones de su país, como la Presidencia de la República, la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial y el Instituto Nacional de la Mujer. En los últimos años ha centrado su carrera en proyectos relacionados con la educación, la cooperación y el medio ambiente. Puso en marcha la ‘Fundación Karla Wheelock’, así como el proyecto educativo para jóvenes mexicanos ‘Mi cumbre, mi decisión’ y las expediciones ‘Líderes Mexicanos a la Antártida’ y ‘Jóvenes Líderes Mexicanos a la Antártida’. Es autora de los libros “Las 7 cumbres” (2010) y “El tercer polo: ascensión al Everest” (2011), así como ganadora de múltiples premios y reconocimientos por su carrera deportiva. Wheelock habla de superación, determinación y desarrollo personal. Su lema, tanto en el montañismo como en la vida: “Tu actitud determina tu altitud”.

Bueno, antes que nada, gracias. Gracias a todos por la oportunidad que me dan de compartir. Soy Karla Wheelock, mexicana, alpinista, abogada, emprendedora social, consultora y, principalmente, madre. El día de hoy la intención es compartir con ustedes algunos de los aprendizajes que la montaña me ha dado por más de 30 años. No vine a reclutar alpinistas. Y no lo voy a hacer por una sencilla razón, y es porque todos y cada uno tienen su propia montaña.

Cada sueño, cada meta, cada proyecto es una montaña. Lo que sí quisiera es que los aprendizajes que la montaña me dio les sirvieran a ustedes en sus propias montañas. Yo me inicio desde muy chiquita con ese amor por la montaña, con esas ganas de estar en la naturaleza, con esos retos. Pero en mi tiempo no era muy normal que las mujeres se dedicaran a subir montañas.

Era un poco como absurdo, era para hombres fuertes y valientes, y no estaba yo en ese… en ese rubro. Así que yo tenía que cumplir con lo que se esperaba de mí. Sin embargo, ese amor por la naturaleza, por el deporte, por los retos, me empezó a llevar a las montañas y, por absurdo que pareciera para muchos, la verdad es que para mí era muy importante. Y recuerdo que, cuando yo escuchaba historias de gente que iba a los polos, que alcanzaba los límites de nuestro planeta, el límite hacia el norte, el límite hacia el sur, la Antártica, historias de los Himalayas, de las montañas más altas del mundo… yo estaba convencida, de niña, de que Dios había creado a dos tipos de personas: a los privilegiados, los elegidos, a los que les tocaba hacer cosas increíbles, y a los normales.

“Desde muy chiquita tuve amor por la montaña. Pero en mi tiempo no era muy normal que las mujeres se dedicaran a subir montañas”

Y como en mi familia no había ni exploradores ni científicos famosos… Siempre he dicho que, gracias a Dios, tampoco políticos. Pero bueno, el punto es que yo dije: «Soy normal». Y «normal» era como «aburrido». Y me fui a quejar con la autoridad competente, que era mi mamá, y le dije: «¿Por qué me tocó ser normal? ¿Por qué en casa no hay alguien de quien yo pueda aprender cosas increíbles?». Y mi mamá me dijo: «Es que aquí todos somos normales.

La única diferencia es que hay personas que se dan la oportunidad de soñar cosas grandes». La verdad, yo era una niña cuando me dijeron eso y dije: «Bueno, ¿qué es lo grande?». Y volteaba a mi alrededor en el poblado, en el norte de México, donde yo crecí, volteaba y yo decía: «¿Qué es lo grande?».

Lo grande sucedía en ciudades importantes, como la Ciudad de México, o en otros países, etc. Y lo primero que vi fueron las montañas. Y de pronto dije: «Es que eso es lo más grande que tengo a la vista. Voy a empezar a subir montañas». Cuando subí el primer cerrito, la verdad es que la montaña me enseñó que, desde la cumbre, la perspectiva cambia. Que lo que antes parecía grande, imponente, importante, de pronto se ve muy pequeñito. Y no solo eso: que se amplían tus horizontes y que desde la cima empiezas a ver nuevas montañas que siempre han estado ahí, pero que finalmente tú las ves por primera vez. Y se vuelven retos, se vuelven metas posibles de alcanzar. Empiezo subiendo esos pequeños cerros y busco quien me quiera enseñar a subir montañas.

Y me topo con dificultades, porque me decían que eso no era para mí, que aprendiera a hacer cosas en la vida, etc. Y finalmente llegó la oportunidad. Empecé a subir montañas, y las montañas fueron cada vez más altas. La montaña me ha enseñado, primeramente, a romper paradigmas. Si pudiera decirles algunos de los aprendizajes más clave.

Yo trabajo mucho con esta idea de un acróstico de la palabra aventura. Como exploradores de nuestras propias montañas, de nuestros propios retos, estamos voluntariamente poniéndonos en una situación de riesgo para vivir precisamente esa aventura. ¿Y la aventura qué implica? La «a» de aventura seguramente es, para mí, «adaptación». Una de las principales cosas que aprendí, cuando intentaba subir montañas y me decían que no era para mí, etc., es que la fortaleza de un montañista no radica ni en sus músculos, ni en su estatura, ni en su capacidad de cargar. Radica en la capacidad de adaptación.

En la medida en la que yo pudiera adaptar mi cuerpo a los cambios de presión atmosférica, a las diferentes altitudes, iba a poder alcanzar las cumbres. Y así fue como empezamos a subir montañas cada vez más altas. Después vino un gran reto. Yo estaba feliz porque comprobé… Cuando tuve mi primer intento a la montaña más alta de América, los casi 7.000 metros de altura que tiene el Aconcagua, en donde para mí era descubrir si podía o no adaptarme a esas altitudes para algún día soñar con los ochomiles, recuerdo que, después de haber alcanzado la cumbre, estaba tan feliz que, la verdad, era una… una emoción que yo no podía dejar de sonreír.

Y hay una frase que me encanta, que dice: «El agua que no corre se estanca, y el agua que se estanca se pudre». Yo dije: «Si me guardo esto, que me hace tan feliz, no va a servir de nada; tengo que compartirlo». Así que me fui, creyendo que iba a enseñar a niños a soñar cosas grandes, y vino una gran lección. Una chiquita en un campamento me empezó a cuestionar y, cuando íbamos subiendo una pequeña montaña, recuerdo que esta pequeña insistía constantemente preguntándome: «¿Cuánto falta? ¿Ya llegamos? ¿Cuánto más? ¿Ya llegamos?». Hasta que me desesperé y le dije: «Ya no me vuelvas a preguntar».

En eso ella me dice: «¿Cómo dices que se llama la montaña más alta, la que es la más alta de todo el mundo?». Y le dije: «El Everest». Cuando llegamos a la cima del cerrito, la verdad es que los árboles, el bosque, ya se había quedado abajo. El campamento se veía pequeño y esta chiquita se emocionó muchísimo. Levantó las manos y me dijo: «¡Esto es como el Everest!». Y yo dije: «No, bueno… Esta montaña no aparece ni en los mapas». O sea, ¿cómo le explico que nada que ver, si para ella…? ¡Para ella fue un Everest! Y la verdad es que le dije la verdad. La verdad fue: «No sé, yo subí una montaña dos kilómetros más pequeña que el Everest.

Yo nunca he ido al Everest». Y le cambió la cara. Le cambió la cara y se me quedó viendo con una decepción… Como diciendo: «Me mandaron una maestra que no sabe». Y me dijo: «¿Cómo que no has ido? ¿Por qué me dices que sueñe cosas grandes? ¿Por qué me dices que yo puedo lograr lo que me proponga si tú ni lo has subido?».

“Todos tenemos diferentes montañas, pero en todas y cada una, es necesaria la humildad, la constancia, la perseverancia, la laboriosidad y el trabajo en equipo”

Claro que, cuando me dijo eso, me vino una razón muy poderosa, que fue: «Pues porque no tengo dinero, y el Everest está lejísimos, y solo el boleto de avión cuesta mucho dinero». No se habló más. Yo dije: «Perfecto». Pero luego vino otra de las grandes lecciones. A los dos o tres días, Sofi, con sus siete añitos, se me acerca y me dice: «Karla, ya sé lo que vamos a hacer. Para que puedas ir al Everest te quiero dar mis ahorros». Cuando me ofreció sus ahorros, me dijo tres cosas bien importantes. Lo primero que me dijo fue: «Sé congruente. No vengas y me digas que yo haga cosas que tú no has hecho. Háblame con tus acciones».

Lo segundo que me dijo es que para ella no había diferencia entre un inglés, un alemán, un sherpa, un militar, un hombre fuertísimo y su maestra del campamento de verano. Ella me veía con todas las cualidades para poder subir las montañas más altas. Y lo tercero y más importante que me dijo fue: «Confío en ti». La verdad es que acepté el reto y empecé a prepararme para ir a la montaña. Lo que le dije era verdad: yo no tenía dinero. Así que había que tocar puertas, empezar a mover montañas… montañas no físicas, ¡montañas aquí! De los empresarios que me decían: «Eso no es deporte, eso es… un hobby».

Otros me decían: «Bueno, sí, es un deporte importante pero, si vamos a invertir, pues que sea en un hombre que nos garantice que sí sube». Otros me decían: «Pero ¿yo qué gano?». Y yo les comentaba: «No, poner el logotipo…». Y me decían: «Nadie te lo va a ver. A nadie le importa. Eso no nos conviene».

Toqué muchos años, cinco años, toqué puertas, finalmente conseguí los recursos y eso me llevó a estar ya en la montaña. Y estando en la montaña te das cuenta de que muchas de las cosas que nos enseñan hay que desaprenderlas, porque allá empiezas a valorar otras cosas. Lo que aquí nos dicen que es importante, allá no lo es tanto, quizás.

Empiezas a elegir entre lo esencial y lo accesorio. Y uno de los principales aprendizajes que la montaña me ha dado, en ese proceso de adaptación que les mencionaba, es que tienes que nutrirte para poderte adaptar. Tienes que aprender a nutrir tu cuerpo, a sobreproducir glóbulos rojos, a que finalmente te puedas oxigenar de mejor manera con lo que tienes, tomando más agua, etc. Y empecé a cambiar mi alimentación. Empecé a elegir entre cosas deliciosas, pero que no me servían, chatarra, y cosas que a lo mejor no me encantaban pero que me nutrían. Y en ese proceso aprendí también que no solo nos nutre lo que comemos.

Que también nos nutre lo que pensamos, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que sentimos… y que hay mucha chatarra que escuchamos, vemos y sentimos. Y empiezas a elegir qué pensar, qué sentir. Una de las cosas más importantes, que yo creo que es uno de los valores que la montaña me ha dado, es el carácter.

El carácter se forma a través del ejercicio de la voluntad. Como saben, hay cuatro pasos de la voluntad. El primero, el que rompe la inercia para poder vencer todos esos comentarios que te dicen: «¡Estás loca! ¿Para qué haces eso?». En aquel entonces yo ya trabajaba en una buena posición, como abogada. Tenía lo que mucha gente consideraba éxito, y renuncié a todo. Y me decían: «¡Es que estás loca! ¿Por qué renuncias?».

Y la verdad es que había que romper ese primer… dar ese primer paso que rompe con muchos paradigmas. Pero después vienen los que siguen: la perseverancia, la constancia, el estarte preparando. El aprender no solamente a hacer un anclaje o a ponerte las botas, o a tener una caída: aprender realmente sobre ti mismo. Y después, finalmente… Bueno, el tercer paso es aceptar que hay caídas, y que va a haber caídas.

Sentía una necesidad muy grande de compartir. Así que llegué a México y me di cuenta de que había que cambiar esa forma de pensar. Y empecé a trabajar en la Secretaría de Educación, con niños, buscando precisamente que ellos descubrieran cuál era su potencial. Fue cuando inicié con la Fundación, en donde llevamos a jovencitos a que se involucren en proyectos de medioambiente, que generen un cambio, que se conviertan en agentes de cambio y que puedan impactar de manera positiva en todo lo que es la naturaleza. Cada día descubro y redescubro el potencial que existe.

Y bueno, además de haber subido esas montañas, también están mis otras montañas. Como les comenté, soy madre y tengo… mi K2, que son mis dos hijas. Y, la verdad, son otros retos.

“El carácter se forma a través del ejercicio de la voluntad”

Esta entrevista fue publicada por: aprendemosjuntos.bbva.com

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REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO

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