Una nueva forma de hacer psicología



Lera Boroditsky: “La lengua configura el pensamiento”

Grupo en  |  Grupo en  |  App  |  Artículos  |  Play  |  Podcast
En el artículo de hoy, les brindaremos un tema interesante para todo público, la relación entre el lenguaje y como este configura nuestros pensamientos, el grupo BBVA tuvo una entrevista con la Investigadora y Psicóloga Lera Boroditsky quien muy gentilmente aclarará todas nuestras dudas.

¿Si tuviera que explicar tu área de investigación de una forma muy sencilla, diría que trata sobre las relaciones entre nuestra mente, el mundo y el lenguaje?

Exactamente. Me interesa cómo los seres humanos adquirimos tanta inteligencia, cómo procesamos la información que recibimos del mundo y cómo ese fenómeno tan complejo y maravilloso que llamamos lenguaje nos permite ser lo inteligentes y sofisticados que somos. Una de las primeras cosas que me sorprendieron cuando empecé a indagar en este tema fue el poder que las palabras ejercen sobre nuestro cerebro. Me gustaría que nos explicaras si la ciencia, la neurociencia, puede contarnos algo, desde el punto de vista científico, sobre cómo se manifiesta ese poder y cómo las palabras influyen en el funcionamiento del cerebro. Por supuesto. En realidad, es sencillo. Las palabras no están aisladas. Están conectadas a otras palabras. En nuestra mente, están conectadas a recuerdos y emociones. Cuando oyes una palabra o alguien te dice algo se desencadena una serie de respuestas cerebrales y aparecen recuerdos, emociones e ideas. Naturalmente, cada palabra estará asociada a recuerdos y emociones diferentes, pero pueden influir mucho incluso en el funcionamiento de nuestro cuerpo. Por ejemplo, el medicamento universal más potente que conocemos es el placebo. Tiene efecto en casi cualquier enfermedad. Muchas veces, si le das a alguien una pastilla que no contiene ningún medicamento físico, pero le dices que sí que es un medicamento, la persona puede empezar a sentirse mejor. Es muy significativo el hecho de que, cuando ensayamos los medicamentos, siempre tenemos que incluir un placebo para asegurarnos de que el medicamento funciona más que simplemente decirle al paciente que se está tomando un medicamento, porque solo decirlo ya es una intervención poderosa. Al pensar en eso, veo el poder que tiene esa palabra. Puedo darte una pastilla diciéndote que es un medicamento y, lo sea o no, eso ya influye en tu cuerpo para que empiece a sanar, a encontrarse mejor. Esa es una gran prueba, que no valoramos lo suficiente, que demuestra lo poderoso del lenguaje y que sugiere una dirección a tomar para nuestro cerebro y nuestro cuerpo.

Si tuvieras que resumirlo todo, ¿cuáles son los grandes interrogantes que pretendes resolver mediante tu investigación? ¿Cuáles serían?

Para mí la gran pregunta es cómo los seres humanos pueden llegar a ser tan inteligentes, cómo inventamos esos mundos mentales tan increíblemente complejos en los que vivimos. Si piensas en cómo estamos hechos, te das cuenta de que somos criaturas físicas que recibimos estímulos físicos del mundo. Recibimos fotones en los ojos, ondas de presión en los oídos, moléculas a través de la lengua y la nariz, podemos ejercer presión en el mundo para doblar los dedos y flexionar las rodillas desafiando a la gravedad. Pero de esos simples estímulos físicos pasamos a reflexionar sobre ideas como la justicia, la verdad, el amor y todo ese conjunto de conceptos complejos. Componemos sinfonías, jugamos al ajedrez, enviamos naves espaciales al espacio exterior. ¿Cómo es que la mente humana pasa de esos elementos tan básicos a todo eso tan complejo? Y una de nuestras herramientas mágicas que nos separa del resto de seres vivos es el lenguaje. Es esta habilidad para crear sistemas de comunicación complejos, que también son sistemas para el propio pensamiento, para su desarrollo y su almacenamiento. Has demostrado que el idioma que hablamos modifica la manera en que vemos el mundo y percibimos las cosas. Partiendo de esa premisa, a mí me interesa mucho cómo nos relacionamos entre nosotros. Para entenderlo mejor, me encantaría que nos pusieras algunos ejemplos de cómo la lengua modifica cómo percibimos grandes conceptos como la justicia, como has mencionado, pero también cosas más cotidianas. Sería de gran ayuda. Claro. Bueno, los seres humanos no tenemos una sola lengua, sino que hay unas 7000, y todas son diferentes por diversas razones. Las lenguas tienen sonidos distintos, palabras distintas, estructuras diferentes y cada lengua requiere que sus hablantes cuenten con cierta información complementaria. Hay que prestar atención a cuestiones diferentes y estructurar los pensamientos de distintas maneras. Esto puede afectar a cómo pensamos desde la base de construcción, desde cómo percibimos los colores, hasta temas mucho más abstractos. Te pongo un ejemplo: yo soy hablante nativa de ruso y en ruso no hay una palabra que cubra todos los tonos de azul a los que el inglés llama “blue”, “azul”. En ruso hay una categoría para el azul claro, “galubój”, y otra categoría para el azul oscuro, “sínij”. Y no hay una palabra que sirva para ambas. Entonces, la pregunta es si los hablantes de ruso ven esos colores como dos colores muy diferenciados porque toda la vida los han llamado con nombres distintos. Pues resulta que sí. Al enseñar varios tonos de azul a hablantes de ruso y a hablantes de inglés se puede ver que los hablantes de ruso distinguen mucho más rápido entre el azul claro y el azul oscuro, mientras que los angloparlantes, no. Para ellos todo es azul, el cambio es sutil.

Eso demuestra que incluso a un nivel básico, como es diferenciar dos tonos de un color, la lengua interfiere e influye en nuestro sistema de percepción y nuestro sistema visual. Hay muchos otros ejemplos curiosos. Una de mis experiencias preferidas fue una investigación que llevé a cabo en una comunidad aborigen de Australia. Lo que me llamó la atención fue cómo conciben el espacio y el tiempo. El tiempo es un concepto muy importante y poderoso para las personas, en inglés. Ahora mismo la palabra “tiempo” es la más utilizada por los angloparlantes. Hay una obsesión con el tiempo. El motivo por el que me llamó tanto la atención cómo conciben el espacio y el tiempo es que, cuando hablan sobre el espacio, no utilizan palabras como “derecha” o “izquierda”. No dicen cosas como: “En la siguiente calle, gira a la izquierda”. En su lugar, todo está al norte, al sur, al este y al oeste. En algunas lenguas como esta, se habla incluso de las partes del cuerpo utilizando los puntos cardinales. Entonces, se diría: “Tienes una mosca en el zapato noroeste”. Y, si te movieras, yo tendría que recalcular y decidir en qué dirección está ahora. Los hablantes de estas lenguas siempre tienen que estar orientados mucho mejor de lo que creíamos que el ser humano era capaz. Los niños pequeños también: si les preguntas dónde está la casa de la abuela apuntan directamente en la dirección. Si les pides que cierren los ojos y que señalen en dirección sureste, lo saben hacer. Hay un experimento que he hecho varias veces: en una sala llena de distinguidos académicos, he pedido que cierren los ojos y apunten al sureste. Cada persona apunta en una dirección diferente. No es algo que los angloparlantes controlen, pero en esas comunidades las personas se orientan perfectamente. Por otro lado, me interesa cómo percibían el tiempo porque, normalmente, cada idioma tiene su forma de disponer el espacio y, a partir de eso, se construye la idea del tiempo, y creamos metáforas que relacionan el espacio con el tiempo.

Por ejemplo, nosotros decimos que alguien tiene toda la vida por delante o que lo peor ha quedado atrás, como si el tiempo transcurriera en un eje de atrás hacia adelante. O, al gesticular, colocamos el tiempo de izquierda a derecha, igual que leemos y escribimos, y entonces el lunes viene aquí, luego el martes, el miércoles, etc. Disponemos el tiempo en este sentido. Cuando les pedí a los habitantes de aquella comunidad aborigen que dispusieran el tiempo, lo que hicieron fue situarlo de este a oeste, colocando los eventos lejanos más cerca del este y los eventos más recientes más cerca del oeste. Eso quiere decir que, si están dando la cara al sur, por ejemplo, colocan las cosas de izquierda a derecha con respecto al cuerpo. Si están mirando al norte, las colocarán de derecha a izquierda con respecto al cuerpo. Si están hacia el este, las colocarán hacia ellos. Para nosotros esto resulta extrañísimo porque la dirección del tiempo cambia cada vez que el cuerpo cambia de posición. Para ellos, en realidad, no cambia porque siempre va de este a oeste y es nuestra idea la que les parece extraña. Dicen: “A ver, entonces, si estás así, el tiempo va hacia allá. Si estás así, va hacia allá. Si estás así, hacia allá. Qué egocéntrico hacer que la dimensión del tiempo te persiga cada vez que te das la vuelta”. En su caso, su lengua solo utiliza los puntos cardinales para hablar sobre el espacio y eso se traduce en su habilidad para mantenerse orientados y también en cómo construyen su idea del tiempo.

Entonces, si lo estoy entendiendo bien, lo que dices quiere decir que, si ponemos a dos hablantes de dos idiomas diferentes ante el mismo acontecimiento, no se irán con los mismos recuerdos y experiencias.

Sí, así es. Hemos hecho experimentos así, en los que hablantes de idiomas diferentes presencian un accidente, por ejemplo, y después analizamos sus recuerdos. Lo que la lengua provoca es que prestemos más atención a unos aspectos que a otros y, como nuestra atención es limitada, cuando nos concentramos en un aspecto, no prestamos tanta atención al resto. Así que, según nuestro bagaje lingüístico, puede que prestemos más atención a la persona que realiza la acción, a si se trató de un accidente o no, a cuántas personas hubo involucradas en la acción, si estaban actuando juntas, si la persona era mayor o menor que tú. Según aquello en lo que tu idioma tienda a concentrarse. Así que sí, tal y como has dicho, si hablantes de lenguas diferentes presencian el mismo acontecimiento y después van a un juzgado, por ejemplo, en calidad de testigos tendrán recuerdos diferentes debido a los hábitos que tienen en su idioma. Voy a intentar que esto suene un poco menos ajeno, creo que a la gente a veces le asusta esta idea. La lengua es solo una de las formas que toma nuestra experiencia. Es una forma importante, pero cada persona tiene también sus experiencias y áreas de especialidad. Por ejemplo, si eres agente inmobiliario y vas a una casa, te vas a fijar en ciertas cosas, mientras que, si eres un ladrón, te fijarás en otras cosas. Según lo que sepas y lo que te interese, prestarás atención a unas cosas u otras. De esta manera, el agente inmobiliario recodará ciertos aspectos, como que hay una gotera en el techo, mientras que el ladrón no registrará la gotera, sino dónde está la vitrina con la porcelana, dónde puede que escondan la plata, y así. Con las lenguas ocurre lo mismo: nos proporcionan un marco de atención constante, algo en lo que tienes que fijarte porque tienes que usarlo en tu idioma.

Vale, te voy a proponer otra situación. ¿Qué pasa… con dos hablantes nativos de la misma lengua? ¿Tienen ellos la misma experiencia cognitiva cuando presencian algo?

Dos hablantes de una misma lengua han tenido muchas experiencias distintas antes. Puede que sus cerebros sean distintos de entrada. Habrá muchas fuentes de variación individual. Pero se pueden hacer predicciones bastante sólidas sobre a qué cosas van a prestar atención, según el idioma. Además de todas las razones por las que cada persona es diferente, la lengua que hable te puede ayudar a predecir en qué va a fijarse o cómo organizará su pensamiento en comparación con un hablante de otra lengua.

¿Podrías ponernos algún ejemplo?

Claro. El ejemplo de antes sobre el azul en ruso y en inglés es ya un ejemplo en el que podemos decir: “Vale, dado que sé que en ruso hay una diferencia entre los dos colores, puedo predecir que los hablantes de ruso verán más diferencias entre ellos. También te puedo poner un ejemplo con el español. Curiosamente, el inglés permite que hablemos sobre un accidente mediante la misma estructura con la que hablamos de algo intencionado. Si le doy un golpe a un jarrón por accidente, se cae y se rompe, en inglés es natural decir “He roto el jarrón”. Si lo cojo enfadada y lo tiro al suelo, también se diría “He roto el jarrón”. Lo que hace el español es razonable: utiliza dos descripciones diferentes para las dos situaciones. Seguramente empieces la oración con un “se”. “Se ha roto”, “Se me ha roto el jarrón”. A partir de esa diferencia podemos comenzar a predecir en qué se fijará la gente. Al observar un accidente, los angloparlantes hablarán de quién lo hizo, quién lo ha roto, quién lo ha estropeado, quién lo ha quemado. Así que puede predecirse que prestarán más atención a quién lo ha hecho. Por su parte, los hispanohablantes establecen una clara distinción entre algo intencionado y algo accidental, lo que es probable que recuerden si fue algo intencionado o no. De hecho, al hacer estudios sobre esto, el resultado es precisamente ese: los angloparlantes e hispanohablantes observan el mismo acontecimiento y un grupo recuerda mejor quién realizó la acción y otro recuerda mejor si fue o no un accidente.

¿Estas diferencias sobre cómo vivimos experiencias afectan también a las relaciones interpersonales? ¿Hay estudios sobre eso?

La ciencia tras eso es todavía joven, pero te puedo dar una idea de cómo la manera que tenemos de hablar de otras personas puede estar influida por la lengua. Antes hemos hablado de los colores, ¿no? Cuando ponemos las cosas en dos categorías, empiezan a parecer más diferentes. Si las ponemos en una sola categoría, las vemos más similares. Eso también ocurre cuando hablamos de seres humanos. El lenguaje crea categorías constantemente. Una categoría muy común es el género, ¿verdad? En muchos idiomas, entre ellos el español, existe el género masculino y el femenino, y todo se divide entre ambos géneros. Por lo tanto, si la lengua tiene el mismo efecto ahí que tiene en todas las demás categorías que crea, nos da el falso sentido de que aquello que está en dos categorías es más distinto de lo que debería, de lo que es. De la misma manera, eso nos hace creer que lo que entra dentro de la misma categoría se asemeja más. Al decir cosas sobre los hombres en general o sobre las mujeres en general se empieza a pensar que todas las mujeres son de tal manera, y se generaliza demasiado en esa categoría, y lo mismo con los hombres: ellos son así y generalizamos de más en esa categoría. Ese es un ejemplo de cómo una función lingüística, que es difícil de esquivar y que es siempre categórica, nos hace pensar en los demás con menos matices y menos complejidad de lo que nos gustaría. Te pongo otro ejemplo: parte del trabajo que estoy haciendo ahora en mi laboratorio se centra en cómo nos referimos a cuestiones sociales como la inmigración. En Estados Unidos hay un debate acalorado sobre los inmigrantes y la gente utiliza un vocabulario que sugiere que los inmigrantes son como animales, como ratas o langostas. Como si fueran una especie de plaga o enfermedad que está infestando el país. Es un lenguaje muy cargado y agresivo. Podrías preguntarte cómo influye eso en la percepción de los inmigrantes, que al final solo son seres humanos que se mueven de un lugar a otro. ¿Cómo tratamos a los seres humanos al utilizar este tipo de lenguaje animal? Y hay palabras que pueden ser realmente sutiles. Por ejemplo, si alguien dice: “Esas personas son animales”, todos vamos a oírlo y decir: “Vale, eso es horrible”. Pero a veces la prensa escribe: “Hay personas reptando por la frontera”. Es un verbo muy concreto. ¿Qué seres reptan? Solo las culebras, las víboras.

Cuando utilizamos ese tipo de lenguaje, nos invitamos a pensar en el resto de humanos como seres no humanos, y eso nos lleva a permitir todo tipo de comportamientos inhumanos hacia otras personas. Este sería otro ejemplo de cómo el lenguaje nos puede empujar hacia un terreno espinoso. Lera, entonces, si tenemos claro que la lengua que hablamos, el entorno en el que nos hemos criado y, obviamente, las experiencias que hemos vivido moldean el funcionamiento de nuestro cerebro y cómo percibimos las cosas, a las personas, etcétera, la verdad es que me sorprende que luego podamos hacer las grandes cosas que has mencionado antes conseguir todos los logros que la humanidad ha alcanzado, sin ser capaces de tener una comunicación que voy a llamar “perfecta”. Escuchándote, ni siquiera creo que exista tal cosa como una comunicación perfecta. Mi cita favorita sobre la comunicación es de George Bernard Shaw, que dice: “El mayor problema de la comunicación es la ilusión de ha tenido lugar”. Y entonces a veces nos sentimos como que… “Oye, pero si se lo he dicho claramente”. A todos nos ha pasado algo así. La comunicación perfecta es imposible, pero yo diría que justamente porque el lenguaje es un sistema imperfecto y desordenado y que nuestro cerebro es un sistema imperfecto y desordenado, somos capaces de hacer que esa complejidad florezca, porque permite que haya una variedad increíble, que constantemente cambia y evoluciona. Es en los problemas de comunicación y en los malentendidos donde emerge una comprensión mayor. Muchas veces, cuando nos pasa eso y decimos: “Pero si lo dejé clarísimo, ¿cómo puede ser que no me entendiera?”, y nos tomamos el tiempo de hablar del tema, nos damos cuenta de que quizá el fallo empezó en nuestra propia cabeza. Y a través de esa comunicación también podemos llegar a comprender mejor alguna cosa. Los seres humanos hacemos esto todo el tiempo. Así que el hecho de que tengamos 7000 lenguas y no solo una es una prueba fantástica del ingenio y la inventiva de la mente humana.

Hemos inventado no solo una manera de ver el mundo, sino 7000. Además, esas lenguas son entes vivos. Están en un cambio constante, en constante evolución. Las modificamos para adaptarlas a nuestras necesidades. Y decimos que el sistema es imperfecto, pero es esa flexibilidad del sistema la que nos permite ser complejos. Los sistemas que intentan ser muy perfectos suelen ser muy frágiles. Si te pones a programar un ordenador por primera vez, introduces un comando que consideras que está totalmente claro y cuando el programa peta, dices: “¡Hay que ver este ordenador! ¿Por qué no entiende lo que le digo?”, cuando un humano lo hubiera entendido perfectamente. Pasan cosas como que le preguntas a un ordenador “¿Puedes pasarme la sal?”, y, en vez de pasarte la sal, lo que hace, es decir: “Sí, soy físicamente capaz de pasarte la sal”. Un humano hubiera entendido lo que yo quería decir. Es esa imperfección la que permite que la complejidad y la magia florezcan. En relación con esto, hay un concepto sobre el que te he oído hablar en varias ocasiones y que me gustaría que nos explicaras un poco más. Me refiero a lo que llamas “realismo ingenuo”. Sí, todos nos creemos que percibimos el mundo exactamente como es y, si otra persona ve las cosas de otra manera, consideramos que es porque no se les han enseñado los hechos correctos. Y si los exponemos a la verdad y aun así no están de acuerdo con nosotros, quizá es porque son necios, no lo entienden o no están siendo imparciales. No quieren aceptar los hechos. De forma intuitiva, creemos que tenemos la razón, que estamos viendo el mundo como es y que los demás se equivocan. El cómico George Carlin siempre contaba un chiste que decía: “¿Te has dado cuenta de que cuando vas conduciendo cualquiera que conduzca más rápido que tú es un loco y cualquier que conduzca más despacio que tú es un idiota?”.

De alguna forma, todos hemos encontrado la velocidad perfecta y todos los demás no han elegido bien la velocidad para conducir. Dado que nuestro cerebro está siempre construyendo lo que vemos a nuestro alrededor y utilizan no solo la información del lenguaje, sino también la información del lenguaje para realizar esta construcción, va a haber diferencias en lo que la gente ve y cree que es verdad. Por supuesto, estamos expuestos a diferentes fuentes y hemos tenido diferentes experiencias, y es en esos desencuentros donde nos encontramos a nosotros mismos. Explorarlos es una oportunidad para aprender algo nuevo porque cada uno de nosotros tiene una visión limitada del mundo. Hables la lengua que hables, cuentas con un sistema complejo y elaborado, pero solo es uno de los sistemas que existen y cuando sacas la cabeza de las estructuras en las que tú vives y te asomas a ver otra lengua dices: “¡Anda, eso nunca se me habría ocurrido, qué interesante!”. Aprendes algo y tu propio pensamiento se vuelve más complejo y más flexible. Se pueden aprender muchas formas de hacer las cosas. Hay un universo entero de posibilidades. Entonces ahora me gustaría preguntarte qué ocurre cuando aprendemos otro sistema, s decir, cuando aprendemos una segunda lengua. Me encantaría saber, desde una perspectiva puramente científica, si nuestro cerebro cambia de la misma forma que nuestro cuerpo cambia cuando hacemos ejercicio. Claro, cuando hacemos cualquier cosa, el cerebro cambia. Si puedes recordar lo que has desayunado es porque hay un cambio fisiológico en las conexiones neuronales de tu cerebro y, como esas conexiones han cambiado, ahora puedes recordar lo que has desayunado. Por eso, todas nuestras experiencias provocan algún cambio en nuestro cerebro. Hay cambios más pequeños que otros, pero el cerebro no está nunca estático.

La función del cerebro es estar siempre cambiando. Si deja de cambiar, es muy mal asunto. Justamente, la esencia del cerebro es que siempre está cambiando y ajustándose a las experiencias. Cuando aprendes un idioma, estás poniendo en práctica un sistema nuevo toda una serie de habilidades nuevas, y eso está modificando tu forma de ver el mundo. Pero quizá el mayor cambio es que eso te está dando la oportunidad de hablar con un grupo de personas totalmente nuevo o leer otra literatura, puedes escuchar lo que dice la gente en el bus, pedir en un restaurante, entablar conversación con alguien en la plaza… Se te abre un mundo de experiencias por haber abierto la puerta a un nuevo idioma.

¿Sientes que eres diferente según el idioma en el que estés hablando?

Desde luego, y muchos bilingües dicen lo mismo. Lo difícil es distinguir exactamente por qué. El ruso es la lengua de mi infancia y de mi familia, mientras que el inglés es la lengua de mis estudios, mi profesión y mi vida adulta. Así que sí, te sientes diferente porque asocias cosas muy distintas a cada una. Hay personas bilingües para las que todo está mucho más mezclado: trabajan medio en inglés y medio en español, en casa también utilizan ambas lenguas. Ese tipo de bilingüismo se llama equilibrado o coordinado. E incluso esas personas suelen decir que sienten que son personas diferentes cuando hablan un idioma u otro, normalmente porque hay diferentes asociaciones emocionales en cada idioma o por cómo se espera que seas dentro de la cultura de ese idioma. Si tienes que ser más extrovertido y escandaloso, y esa es la asociación que haces con esa lengua, te comportarás de una manera más extrovertida y escandalosa. Esto se ha visto en estudios en los que se pide a bilingües que cambien de una lengua a otra mientras otra gente los observa a través de un cristal sin poder oír lo que están diciendo, de manera que tienen que decir si se los ve animados, extrovertidos, tímidos, si tienen aspecto de líder. Su comportamiento parece corresponderse con los estereotipos de la gente sobre los usuarios de una lengua determinada. Así que esa podría ser una parte: te comportas como crees que debes comportarte según la cultura en cuestión. En el estudio que acabo de describir, en que se observan vídeos sin sonido de alguien hablando español o chino o vídeos sin sonido de alguien hablando español o inglés, los observadores tienen la sensación e indican que esas personas se comportan diferente cuando hablan idiomas diferentes.

El observador no sabe que están hablando idiomas diferentes. No oyen la lengua, solo ven el comportamiento de las personas, así que sí, parece que esos comportamientos presentan sutiles diferencias. Pero, por supuesto, la gran diferencia se produce cuando pueden oír lo que dicen. Si alguien se te acerca y te habla en tu lengua materna, aunque no la hablen bien, la sensación es distinta y se crea un vínculo inmediato porque piensas que esa persona es alguien con quien podrías comunicarte y habla. Se enciende una especie de chispa y sientes la conexión. También es un truco que utilizan algunos investigadores cuando interrogan. Por ejemplo, llevan una interrogación durante un rato largo en una segunda lengua y, cuando ya han sacado toda la información posible por esa vía, entra otro interrogador que habla la lengua materna de la persona. Se descubre que se puede obtener mucha más información si se les habla en su lengua materna, lo cual se puede utilizar con muchas finalidades.

A todos nos ha pasado eso de conectar con una persona por primera vez y sentir esa chispa cuando has conectado con ella en su idioma. Lo que estás diciendo es que, al aprender una segunda lengua, adquirimos un sistema nuevo y utilizamos ese sistema nuevo, más el que ya teníamos, para analizar e interpretar las situaciones en las que nos vamos encontrando, ¿no? ¿Qué sabemos sobre la integración entre ambos?

Es una pregunta muy compleja porque cada bilingüe es distinto al anterior. La gente aprende segundas lenguas en circunstancias muy distintas y en distintos momentos de su vida. Estudiar esto es complicado porque se trata de un grupo muy heterogéneo. Algo que se sabe es que, si has empezado a aprender dos idiomas a una edad temprana y los aprendes a la vez, esos idiomas ocupan capas intercaladas del cerebro. Sin embargo, si aprendes primero un idioma y después, ya en la edad adulta, empiezas a aprender otro, esos dos idiomas tendrán su representación en partes del cerebro bastante diferenciadas. Sin duda, aprender cosas al mismo tiempo y a una edad temprana parece desembocar en una experiencia más coordinada e intercalada. Eso se nota en cómo la gente se siente, con qué facilidad cambia de una lengua a otra y con qué facilidad traduce entre una lengua y otra. Pero, al examinar cómo piensan los bilingües, lo que vemos es que no son exactamente una mezcla perfecta de ambos idiomas.

Está claro que depende de la fluidez que tengan y tal, pero tampoco son como los monolingües de cualquiera de los idiomas que hablen. Es decir, si yo soy bilingüe de ruso e inglés, si hablo en ruso no pienso solo cómo un hablante de ruso. Tengo matices de la mentalidad anglófona. Y cuando hablo en inglés no pienso solo como lo hace un anglófono, sigo teniendo matices de la mentalidad rusa. Y si estoy cambiando del ruso al inglés, pensaré más como un anglófono cuando hable en inglés y más como un hablante de ruso cuando hable en ruso. Se producen desplazamientos entre ambos, pero nunca olvidas por completo el otro idioma o los otros idiomas que has aprendido. De alguna manera, están siempre activos. Hay un conjunto de factores generales en cuanto a qué predice el comportamiento: está lo primero, lo que has aprendido primero es importante. Está lo reciente, lo que estuvieras haciendo justo antes también es importante. Y está lo frecuente, es decir, lo que practicas más a menudo. La mejor manera de predecir qué lengua estará más activa o tendrá más peso dependerá de cuál vino primero, cuál se practica y utiliza más y si acabas de hablarla o vienes estar inmerso en ese entorno lingüístico. Algo que a mí me pasa como bilingüe de inglés y español, y lo que voy a decir tienen relación con mi siguiente pregunta, es que a mí me parece que el español es más adecuado para hablar, por ejemplo, de emociones. No sé si es porque tengo un vocabulario más extenso en español o si es una realidad, así que, a ti, que has estudiado esto en las lenguas, te quería preguntar si existen idiomas que sirvan más que otros para hablar de ciertos temas. Hay idiomas que cuentan con un vocabulario más rico y elaborado sobre ciertos temas. Un ejemplo que me encanta es cómo nos referimos a los olores. En inglés no hay muchas buenas palabras para los olores que solo se refieran a olores. Tenemos “penetrante” o Pero no hay muchas que describan solo olores.

La mayoría de los adjetivos que usamos son en realidad referentes al sabor. Decimos que algo huele dulce o que huele a algo, a plátano. Sin embargo, hay otras lenguas que tienen un vocabulario sobre el olor mucho más desarrollado. Hay una familia de lenguas, las lenguas áslicas, que se hablan en Borneo, que tienen muchos términos para los olores. Una de mis compañeras, Asifa Majid, ha comparado la habilidad de los hablantes de inglés, holandés y las lenguas áslicas para distinguir olores, recordarlos e incluso ponerse de acuerdo en qué huele parecido o diferente. Los hablantes de esas lenguas no solo tienen un vocabulario más rico al hablar de olores, sino que les es más fácil recordarlos, categorizarlos y acordar cuáles se parecen y cuáles, no. Así que ese sería un ejemplo que me encanta de un idioma con un vocabulario más elaborado sobre un tema de tal forma que también se puede predecir la capacidad de las personas para distinguir algo que existe en el mundo.

Además de lo que hemos estado hablando, ¿hay algo más en lo que estés trabajando ahora en tu laboratorio que te guste especialmente?

Sí, el proyecto que más me gusta ahora mismo tiene que ver con las metáforas y con cómo las utilizamos para hablar de problemas sociales complejos. Es casi imposible hablar de un tema social complejo sin recurrir a las metáforas, o sobre temas relacionados con la economía, la inmigración y la criminalidad. Siempre estamos usando metáforas: hay que recortar el presupuesto, hay que impulsar la economía, hay que apretarse el cinturón económicamente o si hablamos de inmigración decimos que hay una avalancha de inmigrantes, como si fuera un desastre natural. Se dice también que ha habido una invasión en la frontera. Y eso provoca una reacción. Provoca miedo, y el miedo tiene todo tipo de efectos cerebrales y corporales y nos empuja a tomar una serie de decisiones, sí. También se podría decir que hay un impulso de mano de obra inmigrante. Es otra posibilidad. Lo que estamos investigando es lo mucho que pueden llegar a influir estas metáforas en nuestro razonamiento. Todos creemos que cuando tomamos decisiones sobre políticas de inmigración o expresamos nuestra opinión sobre estos temas sociales, lo hacemos basándonos en datos y hechos. Lo que hacemos en nuestros experimentos es presentarle a la gente los mismos datos y hechos: “Han llegado tantos inmigrantes a tal ciudad. Es una cantidad superior a la del año pasado. Lo que está pasando es esto”. Todo el mundo recibe los mismos números, pero, al principio, o te dicen que está habiendo una invasión de mano de obra inmigrante o que está habiendo un impulso de la mano de obra inmigrante. Solo cambia esa palabra y todos los hechos son los mismos. Al final la gente tiene opiniones muy distintas sobre las consecuencias que eso podría tener en la economía. Creen que serían positivas si has dicho “impulso” y les has dado los números y los datos, mientras que, si has dicho “invasión” y has utilizado esa metáfora, predicen consecuencias negativas muy concretas. Lo que me impresiona es que solo es una palabra, que se cuela ahí sin que la gente se dé cuenta de forma explícita. Si preguntáramos a esas personas en base a qué información se han forjado esa opinión, nunca subrayarían la palabra de esa metáfora.

Esta entrevista fue proporcionada por el canal de YouTube Aprendemos juntos 2030: https://www.youtube.com/watch?v=Qnz4Esh6WNg

Redacción Web del Psicólogo

Comparte este artículo
URL compartible

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También puede leer:





Se desactivó la función de seleccionar y copiar en esta página.