El placer es una percepción consciente agradable y deseable. ¿Y dónde nace todo ese placer? Los placeres que sentimos no están ni en el estómago, ni en la boca, ni en la piel, ni en los genitales. Es cierto que los sentimos como si estuvieran localizados en esas partes del cuerpo, pero por sí mismos no son capaces de sentir placer. La verdad es que es el cerebro, con su actividad, quien genera el placer y hace posible todos los que podemos percibir; aunque no sabemos cómo se las arregla para que sintamos placer fuera de él (por ejemplo, en la espalda cuando nos acarician). Como buen científico, Kent Berridge ha descubierto que algunas de sus ideas sobre el cerebro estaban equivocadas y eso lo ha hecho feliz. “He aprendido que muchas de esas decepciones pueden ser muy gratificantes cuando el cerebro susurra sus secretos y nos sorprende”. Profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, lleva décadas investigando cómo se genera el placer en el cerebro, cuáles son las bases neuronales del deseo y el gusto, o qué causa las adicciones. Esas investigaciones han permitido entender mucho mejor y tratar condiciones como el parkinson, algunos tipos de esquizofrenia y la depresión.
El Hendonismo en el cerebro
Varias partes del cerebro intervienen en la sensación de placer que experimentamos. Entre las más relacionadas con el placer podemos citar la corteza prefrontal, la orbitofrontal, la insular y la cinglada, y como regiones subcorticales, entre otras, el núcleo accumbens, el núcleo pálido central y la amígdala.
Hace tiempo que sabemos que en cualquier circunstancia que implique placer (sea natural, como al ingerir una comida apetitosa, o de manera artificial, como cuando se estimula eléctricamente el cerebro o se consume una droga adictiva) se libera el neurotransmisor dopamina. Por ello, durante algún tiempo, fue considerada el neurotransmisor o sustancia química de la recompensa y el placer en el cerebro.
Sin embrago, nuevos estudios nos han enseñado que eso no es cierto. Lo que ahora creemos es que la dopamina liberada en el sistema mesolímbico dopaminérgico incrementa los componentes motivacionales del refuerzo, su valor incentivo, y produce deseo sin causar gusto ni tener un verdadero impacto hedónico. Es decir: la dopamina, más que causar directamente placer, lo que hace es aumentar nuestro deseo de sentirlo.
Pero si la dopamina no es el neurotransmisor del placer, ¿Cuál es? O dicho de otro modo, ¿Qué sustancia química activa las regiones que hacen posible el placer?
Todas las sospechas recaen en las encefalinas y las endorfinas, también denominadas opiáceos endógenos, pues son sustancias producidas y ubicuas en gran parte del cerebro. Su función natural es generar placer, del mismo modo que lo hacen la morfina y otras sustancias derivadas del opio cuando son consumidas. Es decir, las encefalinas y las endorfinas facilitan la activación de las estructuras cerebrales generadoras de las percepciones placenteras.
Se ha comprobado que su estimulación artificial mediante la inyección de sustancias que reproducen sus efectos, los llamados agonistas opiáceos, en regiones específicas del cerebro, como el núcleo accumbens, incrementan, y llegan incluso a doblar, el impacto hedónico que sentimos al consumir el dulce de la sacarosa, medido por las reacciones ante su consumo. Pensemos que el placer se asimila al hedonismo, la palabra griega para placer que, a su vez, deriva de la usada para dulce.
¿Cómo usar el placer para potenciar nuestro cerebro?
Los humanos somos buscadores permanentes del placer. Al igual que otras especies animales, podemos conseguirlo de muchas maneras: bebiendo, comiendo, descansando, calentando o enfriando nuestro cuerpo, con masajes y caricias, aliviando cualquier dolor o malestar somático y satisfaciendo motivaciones sexuales. El placer es un componente básico de los procesos mentales que determinan cómo nos comportamos.
Pero, a diferencia de otras especies, podemos obtenerlo también de modo cognitivo, es decir, mental e intelectualmente. El desarrollo de la corteza cerebral humana nos permite disfrutar del amor y la compañía de nuestros familiares y amigos; de creaciones y descubrimientos artísticos, literarios o científicos; del éxito en nuestras relaciones sociales; de logros en el trabajo o la economía; de competiciones deportivas, de las actividades divertidas y de los juegos en general.
Todo eso puede producir también mucho placer. Pero ahí no acaba todo. Los humanos podemos disfrutar en el presente incluso imaginando lo bueno que puede ocurrir en el futuro.
Disfrutando con la mente
La capacidad del cerebro y la mente humana para imaginar las consecuencias positivas de nuestro comportamiento nos permite asimismo gozar afanadamente del ahora y por esa razón también podemos disfrutar avanzadamente en el presente de lo bueno que puede ocurrir en el futuro.
Eso es lo que hace que también podamos sentir placer imaginando lo bien que nos sentiremos cuando estemos de vacaciones en una playa, cuando hayamos conseguido el puesto de trabajo al que aspiramos, si nos tocara un gran premio con la lotería o imaginando una fuente de agua fresca cuando estamos sedientos.
La activación natural de los sistemas cerebrales de motivación y placer forma parte de la regulación homeostática del organismo. Disfrutar y sentir el placer de comer cuando las exigencias energéticas del cuerpo lo requieren es algo necesario y biológicamente establecido.
Muchos placeres incentivos, como los de naturaleza intelectual, pueden tener también un papel beneficioso para el bienestar somático y mental de las personas, pues disminuyen el estrés y están en el origen de las motivaciones que nos impulsan a comportarnos de un modo conveniente para no dañar nuestro organismo.
Y eso es un problema para quienes, por herencia, enfermedad o envejecimiento, tienen menos capacidad de sentir placer. Necesitamos sentir placer para encontrarnos bien y alcanzar bienestar. Su influencia es asimismo muy importante para que el organismo se adapte al medio en el control de la conducta motivada, la toma de decisiones, el aprendizaje y la memoria. Las personas que tienen reducida su capacidad de sentir placer ven también disminuida su calidad de vida.
Lo que ocurre es que las decisiones que tomamos a diario con frecuencia no son siempre, aunque lo parezca, un ejercicio de pura racionalidad. En la mayoría de ellas, sin que apenas lo notemos, hay una importante influencia emocional no exenta de sensaciones placenteras.
Usar el placer para tomar mejores decisiones
Pensemos, por ejemplo, en la anticipación mental de la emoción y el placer de llegar a sentirse más delgado o de tener mejor aspecto y forma física. Esta anticipación de placer puede influir en la decisión de restringir el consumo de calorías. No menos cierta es la influencia que puede tener en la decisión de ahorrar la sensación anticipada de placer que produce disfrutar de un nuevo automóvil o de unas vacaciones en un lugar soñado.
¿Cuánto es biológico y cuánto es aprendido socialmente?
En el caso de los placeres sensoriales claramente se originan en el cerebro. Sabemos que hay ciertos puntos en el cerebro que son generadores de placer. Se trata de una media docena de pequeñas áreas en el cerebro que cuando se interconectan, actúan como un solo grupo para activar placeres intensos.
Y estos puntos del cerebro que generan placer utilizan ciertos neuroquímicos naturales como opioides o versiones naturales de la heroína o la marihuana para estimular el cerebro y generar esos placeres intensos. Los llamamos los puntos calientes hedónicos.
Para otros tipos de placeres, como el placer de ver a alguien que queremos o experimentar placer con el arte o al escuchar música es distinto. Si me lo hubieras preguntado hace 20 años, te habría dicho que esos placeres culturales aprendidos funcionan con un sistema cerebral completamente distinto comparado con los placeres sensoriales.
La evidencia nos ha mostrado que son las mismas zonas del cerebro las que generan placeres sensoriales o placeres aprendidos culturalmente.
¿Cómo estudia este tipo de conexiones cerebrales en su laboratorio?
Hacemos experimentos con neuroimágenes para medir la activación de determinadas zonas en el cerebro humano. Eso nos ha permitido entender que se activan las mismas zonas, aunque sean distintos tipos de placeres.
Escáneres cerebrales
Y para estudiar los generadores del placer en sí mismos, manipulamos los sistemas cerebrales de animales de manera ética y sin dolor.
Suprimimos la dopamina en ratones con medicamentos capaces de bloquear los receptores de dopamina en el cerebro y descubrimos que no disminuyó el placer que experimentaban con el sabor dulce. Es decir, el gusto por el dulce, aún bloqueando toda la dopamina, seguía existiendo.
Desde hace unos 20 años hacemos experimentos con humanos, manipulando los niveles de dopamina en el cerebro, observando el placer y el deseo, y la diferencia entre desear y gustar.(bbc.com)
Como vemos con estos ejemplos y en otros posibles, el placer guía nuestras decisiones cotidianas. Y lo hace mucho más de lo que pensamos. La experiencia común nos dice que tendemos a repetir aquellos comportamientos que tienen consecuencias positivas. Si nos gustó un determinado plato en un restaurante, lo volveremos a pedir en nuevas ocasiones.
En psicología, un refuerzo o recompensa es todo aquello que aumenta la probabilidad de ocurrencia de un comportamiento y, en ese sentido, nada mejor que un estímulo placentero, que una dosis de placer, para conseguirlo. La administración de estímulos placenteros tras aquellas conductas que queremos potenciar es un poderoso medio de conseguir modular o cambiar el comportamiento de las personas. Es lo que hace un padre cuando regala un balón o un ordenador a su hijo tras sacar un buena nota en un examen.(cuerpomente.com)
Fuentes
REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO