Cree en el ser humano como un todo, aboga por un mundo sin etiquetas rígidas y no entiende la felicidad sin la naturaleza, a la que considera “belleza suprema”. Amante de las palabras, la escritora y divulgadora Espido Freire lleva más de dos décadas dedicadas a las letras. “La palabra solamente tiene sentido cuando hay alguien para recogerla y para escucharla, el conocimiento solamente cobra un peso si se comparte”, asegura. Espido Freire debutó como narradora con ‘Irlanda’ y poco después publicó ‘Donde siempre es octubre’. Con su tercera obra, ‘Melocotones helados’, se convirtió en la ganadora más joven del prestigioso Premio Planeta. Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Deusto y especializada en Edición y Publicación de Textos es autora de numerosas novelas, ensayos, varias colecciones de cuentos y libros de poemas. En su trabajo le gusta explorar las voces que no han sido escuchadas. En particular, dice, las de las mujeres, los niños y las minorías en todos los sentidos. Interesada por la condición humana, una parte significativa de su obra está dedicada a la salud mental, patente en su novela ‘De la melancolía’ o en sus ensayos ‘Primer amor’ y ‘Los malos del cuento’.
Hola, Espido. Soy Maite. Soy profesora y, bueno, tú también eres profesora, de escritura y de creatividad. Te quería plantear dos cuestiones. Una, en torno a qué piensas tú que es la creatividad. Y luego, por otro lado, ¿qué nos podrías decir a los profesores de cómo podemos fomentar la creatividad en nuestros alumnos?
Para mí, la creatividad es hacer lo mismo de una forma diferente. O intentarlo. Es decir, la creatividad muchas veces se asocia al resultado y no tiene por qué. Puede ser el proceso, puede ser la búsqueda, puede ser el camino, puede ser la investigación. Entonces, el hecho de que a un niño se le exija el mismo nivel de creatividad o de brillantez o de acabado que a un adulto, es la mejor forma de acabar con esa creatividad.
Para… Cuando yo cantaba. Cuando yo me dedicaba al tema de la música, una de las cosas que más me tiraban para atrás era que sentía que podía ser muy poco creativa. Es una percepción absolutamente privada. Es decir, en la música hay toneladas y toneladas de creatividad. Pero, para mí, el hecho de aprender a tocar el piano, cosa que hice siempre de una manera más bien mediocre; o de cantar, tal y como a mí me lo estaban enseñando, existía una parte más mecánica que creativa.
La parte de creatividad, de hecho, la interpretación, muchas veces se me frenaba. Me imagino que a favor de una mejor técnica, me imagino que para enseñarme y para formarme. Sin embargo, lo que yo veía era que, un arte tan absolutamente indescriptible como es la música, que además cuando te rodea es capaz de llevarte a las emociones más sublimes o a la sensación de estar fuera de tu cuerpo más agradable o más increíble, muchas veces se me reducía únicamente a seguir un patrón determinado.
Hubo otros profesores que no. Hubo, en particular, una profesora de canto que era absolutamente lo contrario. Pero cuando se fue del conservatorio, se llevó toda esa parte. Entonces, siempre he tenido muy presente cuál fue mi mala experiencia en ese sentido, porque me consta que mucha otra gente lo ha vivido de otra manera.
Y en la lectura, en el hecho de aplicar la literatura al mundo, intento que no se me olvide qué me hicieron a mí. O qué me hicieron sentir a mí. Entonces, en la… Sé que vosotros, cuando estáis en aula, tenéis una programación estricta y, sobre todo, cuando tenéis que presentar a los chicos a la EBAU ya se olvida todo, ¿no? Es decir, es programa, programa y más programa.
Pero también existe, y hay que luchar, por un espacio de libertad en el aula o en las extraescolares, en la que esa creatividad, ese respeto por la voz o por la mirada diferente pueda ser aplicada. Me da la impresión, de todas maneras, de que tenemos un gran empeño en que los jóvenes actuales sean creativos, pero luego no sabemos qué hacer con esa creatividad, porque resulta muy anárquica. Y porque la mayor parte de las veces amenaza todo aquello en lo que nos han educado a nosotras, a la generación anterior, en la que la obediencia a las normas, el conocimiento incluso memorístico, las bases de una educación determinada, se ve de pronto retado.
Y encontrar ese equilibrio entre el conocimiento pasado… Yo a veces lo echo de menos, ¿no? El conocimiento de lo ocurrido. Y las habilidades contemporáneas que tienen que manejar creo que es el reto al que os tenéis que enfrentar dentro de vuestro oficio. Porque otro problema que casi nadie contempla, que es la falta de medios que tenéis, la falta de tiempo, la confusión de sistemas educativos y la sobrecarga de trabajo puramente administrativo al que se ven sometidos ahora los profesores y que va en detrimento muchas veces de la formación, del conocimiento del alumno, incluso de la ilusión o de la energía con la que nos podemos dirigir a alguien en un aula.
Para despertar esa otra creatividad asociada a valores o a formas de enseñanzas más convencionales o más cercanas a las que nosotros recibimos, ahí es donde hace falta, no solamente creatividad, sino empatía. Y hace falta esa especie de intuición inmediata que se tiene en el aula, ¿no?
De con qué grupo se va a poder llevar a cabo mejor, con qué individuo se va a poder llevar a cabo mejor. Es una… Ya lo he dicho antes. A mí me parece que la tarea educativa con niños, con adolescentes, es muy ingrata, muy poco reconocida. Sigue estando mal pagada. Sigue estando, en ocasiones, al final de todo en la consideración del sistema social que tenemos, pero es que es la más importante.
Educar. Transmitir el conocimiento, transmitir los valores, transmitir la experiencia, transmitir una forma de mirar al mundo, transmitirles la idea, o reforzar, si la tenían ya en casa. Ideas que nunca van a recibir en otro entorno. La escuela, los institutos, la universidad nos sirven como un elemento enormemente democratizante en cuanto a los distintos niveles de formación económicos, ideológicos… Con los que vienen los alumnos. Y, por lo tanto, esa necesidad de que queden incorporados, de que cada uno de ellos aporte desde el aula tanto como nosotros podemos enseñarles, es absolutamente básica.
“La palabra es el vehículo del pensamiento y de la emoción”
Público. Hola, Espido. Yo te quería preguntar que, tras toda una carrera dedicada a la literatura y a la lengua, ¿cuál es para ti el valor de la palabra?
La palabra es el vehículo, en mi caso, del pensamiento y de la emoción. Por lo tanto, sería exagerado decir que lo es todo, pero es mucho. La palabra es la herramienta con la que transformamos ideas, con la que seducimos y con la que persuadimos, con la que convencemos y con la que a veces rectificamos.
Es una herramienta de bálsamo y de consuelo y también puede ser un arma que destruya a quien tenemos enfrente. La palabra nos sirve para construir no solamente texto, sino también realidades. Nos permite modificar el pasado y convertirlo en lo que no fue, o darle el lugar que no tuvo y que ahora debería tener. La palabra no solamente se cincela, no solamente se modifica a través de la gramática, a través de las construcciones nuevas que se van incorporando, sino que también envejece.
Y en ocasiones hay que rescatarla, porque es esa especie de trasto que quedó inutilizado en el ático, pero que de pronto necesitamos. La palabra nos permite ordenar qué es lo que estamos sintiendo y compartirlo con los demás. La palabra nos permite, en muchas ocasiones, entender al otro de una manera que el gesto o la mirada nos había hecho que malinterpretáramos. La palabra aclara confusiones anteriores y sella, mucha veces, enemistades muy antiguas. La palabra es un pacto, es una piedra arrojada sobre una tumba. La palabra tiene un peso que muchas veces despreciamos, pero que todos entendemos.
Esta entrevista fue publicada originalmente por BBVA: aprendemosjuntos.bbva.com
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REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO