El popular médico y psicoterapeuta Jorge Bucay, autor de numerosos libros como ‘El camino del encuentro’ o ‘Déjame que te cuente’, vuelve a la carga en su lucha por intentar hacernos sentir cada día un poco mejor. Y es que, él mismo se define como un ayudador profesional, porque pretende dar a sus pacientes y lectores las herramientas necesarias para que cada uno pueda obtener por sí mismo la solución a sus problemas y desarrollarse plenamente como persona. Con motivo de su nuevo libro ‘Cuentos clásicos para conocerte mejor’ (Espasa, 2017) hemos hablado con el escritor argentino que suele incluir gran cantidad de cuentos en sus libros, y aprovechar la moraleja de cada uno para explicar mejor lo que quiere transmitir, y nos ha ofrecido algunas claves para ver estas fábulas, no solo como historias para niños, sino también como un medio que aporta enseñanzas muy útiles para los adultos, como encontrar el sentido de la vida, porque, según Bucay, para ser feliz primero hay que conocerse a uno mismo y tener una meta, pues, sin un destino definido, no hay camino.
En muchos de tus libros utilizas los cuentos como vehículos para explicar las lecciones que quieres transmitir. ¿Crees que los ejemplos ajenos a nuestra propia experiencia nos ayudan a comprender mejor lo que nos sucede?
En el término ‘ajenos’ se pueden incluir tanto los cuentos como las experiencias de los demás, y lo que le pasa al vecino también te sirve para aprender sobre ti. Los cuentos deben tomarse como si fueran eso, la historia de tu vecino. Cuando lees uno, puedes considerar a los personajes como si fueran personas reales; hay que identificarse con lo que se lee, e incluso con lo que les pasa a los otros.
Después, hay que ver qué hay de mí en ello, asumirlo como propio, y utilizarlo para crecer. Ese sería el mecanismo para sacar un buen provecho de los cuentos. Mi respuesta, por tanto, es un rotundo sí, las experiencias ajenas nos hacen ver las cosas mejor y aprender; si no, no seríamos quienes somos.
Afirmas que los cuentos no son solo cosas de niños, sino que son sanadores para los adultos. ¿Cómo pueden ayudarnos?
Si puedes ver fuera la solución a un problema tuyo que ni siquiera reconocías como propio, si tú eres capaz de admitir que tienes este problema, aunque hasta ese momento no te hubieras dado cuenta de que existía, empiezas a saber más de ti; y, si sabes más de ti, puedes operar sobre ello.
Algunos de los cuentos te proporcionan nuevas alternativas, más posibilidades de conocer la manera de resolver el tema que quieres tratar. En este libro yo he recogido un montón de cuentos clásicos, que no se escribieron pensando ni en ti, ni en mí, y en los que, sin embargo, todos podemos encontrar una parte de nosotros.
Si me cuentan por primera vez el cuento de El patito feo, no puedo evitar recordar que yo también alguna vez me sentí discriminado, porque era alto, porque era bajo, porque era gordo, porque era flaco…; por lo que fuera, todos nos hemos sentido discriminados alguna vez. Y, a su vez, cada cuento te da una solución; te dice, por ejemplo en el de El patito feo, que lo que ocurre es que el pato no es de allí.
Pretende que entiendas que debes encontrar a aquellos que son como tú, como acaba pasando con el protagonista de la narración, para sentirse aceptado. Esa es la respuesta que te da el cuento, y aunque nunca hubieras pensado que era así, te da la solución: ‘estás en un lugar al que no perteneces’.
“Las preguntas básicas que hay que hacerse son quién soy, dónde voy, y con quién”
Esta podría ser una primera lectura de los cuentos pero, como hay más, siempre puedes buscar otras diferentes. Eso es lo que he hecho yo en este libro, buscar este mensaje que puede ser evidente y que cualquiera conoce, pero también he intentado ir más allá y encontrar nuevos significados. En el ejemplo que poníamos de El patito feo, yo digo que el patito en realidad es una gran pancarta existencial, porque plantea las tres preguntas existenciales clave.
En este cuento que le contamos a niños de tres años– están las preguntas básicas que hay que hacerse: ‘quién soy, dónde voy, y con quién’. Y leyendo El patito feo no podrás evitar saber que hace falta que te definas para sentirte bien, hace falta que sepas quién eres, hace falta que dejes de tratar de ser pato cuando no lo eres, y hace falta que decidas cuál es tu camino, si estar en el granero para siempre como los patos, o después de recuperar tu cisnidad ser capaz de emprender el vuelo. Y una vez que decides dónde vas, podrás acompañarte de aquellos que también saben volar como tú.
¿Crees que los cuentos infantiles pueden crear en los niños una imagen difusa de la amistad o el amor, y provocar luego frustraciones?
Depende de quién los cuente y de la historia. Los que he recopilado en mi libro no son como los que nos cuentan cuando somos niños. Los cuentos originales –que yo he contado con mis propias palabras– no hablan tanto del amor eterno, y en ellos el príncipe encantado no era tan encantado, porque explican que el hermoso príncipe que rescata a Blancanieves de la mano de los enanitos en realidad la quiere comprar como un adorno, o que las hermanastras de Cenicienta se llegan a cortar los dedos para intentar que les valga el zapatito de cristal.
Por eso, todo depende del cuento que se narre, y si los padres quieren que sus hijos tengan una imagen más bonita de los cuentos contarán la versión dulce y, si no quieren transmitir esta imagen, contarán la versión que crean adecuada.
Y te preguntarás cuál es la mejor opción, pero nunca nos podríamos poner de acuerdo; hay muchísimos libros que dicen que hay que contar los cuentos edulcorados, y otros tantos que aconsejan contar la otra versión. Creo que uno como padre tiene que decidir cuál es el momento de confrontar a los niños con algunas verdades que, dependiendo de su edad, podrán o no tener la capacidad de digerir.
Los cuentos originales no hablan tanto del amor eterno, y explican que el hermoso príncipe que rescata a Blancanieves en realidad la quiere comprar como un adorno
Un ejemplo de esto es que a los seis o siete años tus hijos van a venir a decirte “papá (o mamá), he pensado que te vas a morir, ¿es esto cierto?”. Y entonces yo no creo que sea muy aconsejable decirles “no se sabe, hoy estoy y mañana no estoy, si no vengo tú debes saber que yo te quiero mucho, y el día que yo desaparezca desde el cielo te seguiré cuidando”.
Es horrible, no puedes decirle eso a tus hijos, a tus nietos, a tus sobrinos… No puedes dejarles con la angustia de no saber si mañana te vas a morir, y no tiene sentido, y no sirve de nada en ese momento, ya llegará el tiempo de decirles la verdad.
Mientras tanto, seguramente les mentirás, un poco más, o un poco menos. Habrá que encontrar la composición adecuada para cada niño en cada momento, y contestando exclusivamente lo que preguntan. A veces los padres se angustian tanto que entran en detalles de lo que significa, de lo que pasa…, cuando lo único que el niño quiere saber es si la persona que muere va a volver, o no va a volver.
“Si sobreproteges a tu hijo, no aprenderá a reconocer el peligro”
Entonces, ¿crees que muchos padres intentan proteger tanto a sus hijos para que no sufran, que acaban criando a niños psicológica y emocionalmente débiles?
Algunos padres sobreprotegen a los niños; este libro tiene un mensaje muy contundente con el ejemplo del cuento de Caperucita Roja, donde a veces sí, y a veces no, incluyo la figura del cazador, que rescata a Caperucita de la panza del lobo, y que en el cuento original no existe. El cuento verdadero termina con el lobo que se come a la niña.
Cuando yo hago la reinterpretación, explico que tú puedes utilizar esta historia para explicarle a los niños por qué deben hacer caso a los padres, pero también puedes pensar que este cuento no está dirigido a los niños, sino a los padres, porque si sobreproteges demasiado a tus hijos, mostrándoles cómo evitar los peligros, nunca los reconocerán cuando se los crucen. Entonces, desproteger a los hijos y abandonarlos me parece muy malo, pero sobreprotegerlos me parece peor. Lo que hace falta es una educación precisa con los límites adecuados.
“Se debe educar a los hijos con las ideas de haz lo tuyo, sé quien eres, y pon todo de ti en el servicio de aquello que sueñas”
Un breve ejemplo: si tú coges de un árbol un capullo de mariposa que esté en crisálida, y te lo llevas a tu casa. Lo pones debajo de una luz para darle calor y cuidarlo, y cuando llega su momento de nacer abres la crisálida muy cuidadosamente con un bisturí, para que la mariposa que está por nacer no tenga que esforzarse ni sufrir al romperla, y colocas la mariposa en la ventana, ella no va a volar nunca y se va a morir allí.
Y cuando le preguntes a un entomólogo las causas, te va a explicar que la fuerza que ejerce la mariposa para romper el capullo de la crisálida es la que hace que sus alas puedan expandirse y tener la fuerza necesaria para alzar el vuelo; si le evitas ese esfuerzo, nunca podrá volar. Lo mismo ocurre con nuestros hijos.
La gente confunde mucho el significado de la palabra optimismo. Yo soy optimista, y cuando creo que las cosas pueden terminar bien, es porque lo creo, no tengo ninguna duda al respecto. Pero hay que entender qué es lo que quiere decir esta palabra. El término ‘optimista’ viene de ‘optar’, que a su vez viene de ‘opus’, que significa trabajo.
Por tanto, esta palabra define el pensamiento de aquellos que creen que frente a una realidad desagradable todavía quedan muchas decisiones por tomar, mucho trabajo por hacer, y están dispuestos a hacerlo para transformar esta realidad indeseable en una deseable. Esto es una persona optimista. El pesimista, por su parte, es aquel al que le pesa tanto su mirada nefasta de la realidad que se ha resignado a aceptarla.
“Optimistas son aquellos que creen que frente a una realidad desagradable hay mucho trabajo por hacer, y están dispuestos a transformarla en una realidad deseable”
Hay una confusión al respecto que hay que aclarar, porque el optimista no es el que se sienta y dice que todo va a estar bien, sino que en realidad es aquel que sabe que hace lo que tiene que hacer y que, si lo hace con convicción y pasión, es muy probable que consiga que la realidad se convierta en aquello que desea.
En este sentido, creo que se debe educar a los hijos con las ideas de haz lo tuyo, sé quien eres, pon todo de ti en el servicio de aquello que sueñas, y entonces, como decía Ambrose Bierce: “si quieres que tus sueños se hagan realidad, primero despierta”.
Según cuentas en el libro, en los últimos estudios se afirma que un tercio de las personas que consultan a un terapeuta lo hacen por falta de sentido en su vida. ¿Qué nos ha llevado a esta situación?
En general el mundo tiende hacia su conveniencia genérica global, y esto es que te dediques a consumir, porque el negocio está en el consumo. Por desgracia, el negocio no está en que tú descubras que si te sientas a meditar frente a un árbol esto debería ser suficiente, porque ahí no hay nada que venderte; te puedo vender el árbol, el banco…, pero solo te lo puedo vender una vez, no hay negocio.
Por eso, como existe esa necesidad de venderte cosas, primero deben darte un falso sentido de la vida, y el más común es el del consumo, que te marca rumbo que no te va a llevar a ninguna parte, para así convencerte de que no estás en ninguna parte porque te falta comprar todo aquello que no compraste.
Hasta que un día te das cuenta del verdadero camino existencial, y como ese vacío no lo puedes comprar, consultas a alguien, un filósofo, un terapeuta, un amigo, un sacerdote…, necesitas hacer algo para que alguien te ayude a reencontrar el camino. Pero sin saber cuál es el sentido no hay camino, porque el sentido es el rumbo. Si no sabes cuál es tú rumbo tienes que encontrarlo, tan solo tienes que buscar ayuda. La verdad es que la terapia, más que un lugar de sanación de la locura, se ha convertido en un lugar de encuentro del sentido de vida.
“La terapia, más que un lugar de sanación de la locura, se ha convertido en un lugar de encuentro del sentido de la vida”
Cada vez que te sientas infeliz debes preguntarte dónde no estoy disfrutando, porque cuando no estés disfrutando te estás apartando del sentido de tu vida. Eso no significa que lo que estás haciendo sea malo y que por eso no te haga feliz, sino que no te hace feliz porque no coincide con el sentido de tu vida. Por ejemplo, mi sentido de vida hoy, que tengo 68 años, tiene que ver más con la trascendencia, con la idea de compartir con otros lo que otros compartieron conmigo.
“Hablas de felicidad y he leído que tú la consideras no como un derecho, sino como una obligación”
Así es, como hemos dicho la felicidad tiene que ver con el sentido de la vida, y por ello cada uno de nosotros asociamos la felicidad a una cosa. Sin embargo, la felicidad es siempre la misma, consiste en el placer interior, en la serenidad que cada uno siente cuando sabe que está en el camino de su sentido de vida. La felicidad no es, como muchos piensan, los pequeños momentos; hay que tener claro que la felicidad no es la alegría, ya que solo porque estés alegre no quiere decir que seas feliz.
Si tú haces algo que crees que te hace avanzar en tu camino hacia tu sentido de vida, estas siendo feliz, y aunque pierdas la cartera, no dejarás de ser feliz porque, aunque la perdiste, esto no te hace salirte del camino. Creemos que ser feliz es estar alegre, pero no se debe olvidar que la alegría no es permanente, pero la felicidad sí.
“La pareja, el mejor reflejo para conocerse a uno mismo”
Esta entrevista fue publicada por Webconsultas: webconsultas.com
REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO