David del Rosario estudió Ingeniería Técnica en Telecomunicaciones en la Universidad de Alicante y un Máster en Ingeniería Biomédica en la Universidad de Barcelona. En su afán por conocer el cerebro humano colabora con universidades e instituciones internacionales y lidera el experimento mundial ‘How the world feels’. Su trabajo le ha valido numerosos reconocimientos como el premio de la Comunidad Valenciana o el prestigioso premio Nacional de Telecomunicaciones. Es autor del superventas ‘El libro que tu cerebro no quiere leer’ y ha coescrito ‘La biología del presente’. En sus investigaciones analiza las redes que tejen el miedo, la confianza y navega por los secretos del pensamiento para hacer que la ciencia nos ayude en lo cotidiano. “Nos encontramos un reto: dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla”, concluye.
Después de todas las investigaciones que has realizado, ¿Qué dirías que es el pensamiento? ¿Qué nos podrías decir en torno a eso?
Como sabemos que el cerebro es alérgico a los conceptos y a las definiciones pero le encantan los experimentos y las historias, vamos a usar este recurso para entender qué es un pensamiento. Primero de todo, se me ocurre que este mismo vídeo, esto mismo que está ocurriendo aquí, cuando se suba, por ejemplo, a la web y la gente empiece a verlo, generará una serie de comentarios, una serie de los famosos ‘likes’, si dan ‘likes’. Yo te pregunto, Olga: si esos comentarios y esos pensamientos que quedan ahí, en el vídeo, realmente vienen generados por el vídeo, ¿no deberían ser todos los pensamientos idénticos?
“El pensamiento viene generado por nuestra experiencia pasada, nuestras metas de futuro y la base genética”
No creo que haya dos respuestas iguales, ¿no? Cada persona interpretamos de una manera y respondemos de una manera diferente, supongo que según la mochila que llevemos.
Ahí está la clave. Las cosas que pensamos no vienen generadas por los estímulos externos, sino que las fabricamos nosotros. Olga ha hablado de “la mochila”. En neurociencia podemos hablar de “experiencias pasadas”, podemos hablar de “objetivos”, podemos hablar de “base genética”. Pero el pensamiento es una propuesta que nuestro cerebro lanza en cada situación de vida en base a tres premisas: una de ellas, nuestra experiencia pasada; nuestros objetivos, nuestras metas de futuro; también influye ligeramente la base genética. Entonces, dentro de este contexto, cuando yo me encuentro un vídeo en Internet, mi cerebro empieza a hacer su función, que es lanzar pensamientos, lanzar propuestas neuronales.
Claro, aquí hay dos formas de vivir la vida. Una de ellas es siendo consciente de cómo funciona mi mente y mi organismo y otra de ellas, que es la más habitual, es vivir la vida sin ser conscientes de cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. ¿Qué diferencia hay? Cuando yo no sé cómo funciono, creo que lo que yo pienso viene generado por el otro. Entonces convierto eso en un hecho, convierto eso en mi verdad y automáticamente paso a experimentar la vida tal cual la veo, tal cual la creo. Una persona que asume cómo funciona su mente y su organismo es consciente de que aquello que piensa solo es una posibilidad y no es mejor que lo que piensa Olga o que lo que piensas tú. Cuando empiezas a asumir esto, empiezas a asumir la responsabilidad de lo que piensas.
“La honestidad es un gesto de empatía con uno mismo”
Y cuando haces ese gesto, empiezas a relacionarte con tus pensamientos de una manera completamente diferente. Os voy a contar un pequeño cuento. No sé si conocéis la historia del pastorcillo y el lobo. La historia decía más o menos algo así: en un pueblito de montaña había un pastorcillo que todos los días a la misma hora cogía las ovejas de la gente del pueblo y se las llevaba a pastar. Le resultaba tan aburrido ese trabajo en el que nunca pasaba nada una cabra comiendo, que un día decidió gastar una broma y llegó corriendo al pueblo gritando “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”. En ese momento, el panadero que pasaba por ahí empezó su organismo a activar una respuesta de lucha o huida. Se armó con el primer objeto que tenía y se dispuso a ir para espantar al lobo, que no se comiera sus ovejas.
El reverendo que pasaba por ahí hizo lo propio y toda la gente del pueblo se fue con el pastorcillo hasta el lugar donde supuestamente se estaban merendando a sus ovejas. Y cuando llegaron allí, se encontraron al pastorcillo destornillándose de risa. Bueno, pasó el tiempo, el pastorcillo decidió hacer otra vez la misma broma y aquel día que realmente vino el lobo a merendarse las ovejas, el pastorcillo llegó corriendo al pueblo, “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”, y bueno, “ya está el pastorcillo otra vez”. Nadie le creyó. La moraleja de este cuento, de esta historia, normalmente está relacionada con que si dices mentiras, nadie te va a creer. Pero para mí pone de manifiesto dos de las principales características del cerebro humano. La primera de ellas es que el cerebro no distingue entre realidad y ficción.
Observad lo que ocurría en el cuerpo del panadero la primera vez que el pastorcillo gastó la broma: su cuerpo realmente reaccionó como si el lobo se estuviese comiendo sus ovejas, pero la realidad no era esa. No había ningún lobo merendándose a sus ovejas. Sin embargo, el día que sí ocurrió la realidad era que se estaban comiendo a esas ovejas, el organismo del panadero ni se inmutó. Y esto da pie a la segunda característica, que es que sentimos lo que pensamos. Cuando yo pienso que realmente se están comiendo mis ovejas, mi cuerpo reacciona como si eso fuese una realidad. Cuando yo pienso que esta persona en el vídeo no tiene razón, realmente mi cuerpo me acompaña, siento que eso es verdad. Y es de esta manera como nos perdemos, como perdemos la perspectiva.
Cuando yo empiezo a darme cuenta de que la mayor parte del tiempo, concretamente el 85 % del tiempo, sentimos lo que pensamos, ahí se abre la puerta de dejar de culparte a ti por lo que yo siento. Cuando hago ese gesto, no solo estoy asumiendo mi pensamiento, sino que también estoy asumiendo mi sentir. Y cuando haces esto, el mundo sigue siendo como era hasta ahora, pero la forma de relacionarte con ese mundo, con las cosas que piensas y sientes, es completamente distinta. Para cerrar esta idea, os voy a lanzar una pregunta. A ver qué opina, qué propone vuestro cerebro. Imaginad que lleváis media vida preparándoos para correr una maratón. Habéis desgastado decenas de Nikes, habéis hecho dietas, os levantáis a entrenar, descansáis, no os tomáis la cervecita el fin de semana… Y conseguís clasificaros para los Juegos de Barcelona 92.
He leído que dices que la mentira forma parte de nuestro día a día. ¿A qué te refieres exactamente?
Hay estudios que nos enseñan que mentimos cada tres minutos. Estos estudios de Robert Feldman, de la Universidad de Massachusetts, se complementan también con el trabajo de otros investigadores, que señalan que mentimos en una conversación el 35 % del tiempo. Pero en realidad la cosa es más alarmante de lo que pensamos. Cuando vivimos la vida sin saber cómo funcionamos, nos estamos mintiendo todo el tiempo. Cuando yo me creo que aquello que siento proviene de ti, me estoy mintiendo. Cuando yo creo que aquello que pienso es mejor que lo que tú piensas, me estoy mintiendo. Y es muy bonito meternos en el laboratorio a descubrir todo esto.
Hay un área del cerebro que se llama corteza cingulada anterior, entre otras, que es algo así como un detector de honestidad. No hace falta que yo comunique una mentira a otra persona, basta con que mi cerebro la piense y yo le preste atención para que ese detector active todas las alarmas. Esto nos enseña que realmente la honestidad no tiene nada que ver con los demás, con decir mentiras a los demás, sino que tiene que ver con uno mismo. La honestidad es un gesto de empatía con uno mismo. Te cuento una anécdota que me ocurrió hace un par de años.
Iba de camino a una entrevista. Iba pensando en mis cosas y de repente me encuentro a una captadora de socios de una ONG muy conocida. Te lanzan este tipo de frases de “Hola, ¿tienes un minuto?”. Entonces yo descubrí que sí lo tenía, pero que no me apetecía invertirlo en eso. Entonces se lo comuniqué, le dije: “Sí, pero ahora mismo no me apetece”. Entonces vi como se quedaba completamente petrificada. Y me mira fijamente a los ojos y me dice: “¡Qué buena esa! Esa no me la tenía preparada”. Entonces descubrí que nuestro mundo no está preparado para la honestidad. Tratamos de ser todos tan originales, que al final actuar de corazón se ha convertido en la forma más original de hacer las cosas. Si realmente empezamos a asumir y a ver cuántas veces en nuestro día a día nos comportamos de una forma que no es coherente con la forma de funcionar de nuestro cerebro y nuestro organismo, nos daremos cuenta no solo de que lo hacemos continuamente, sino que esa es la principal fuente de todos nuestros problemas.
“Si no aplicamos el conocimiento, no sirve absolutamente para nada”
Los recuerdos crean marcos de referencia que nos permiten vivir el presente, pero ¿nos podemos fiar de estos recuerdos?
La memoria no es una caja fuerte. Si nosotros llevamos esta idea al laboratorio para contrastarla, nos daremos cuenta de que el cerebro miente más que habla. Y la memoria también. Imagina que yo te pido, cuando tenías 14 años, que respondas a un cuestionario, un cuestionario muy sencillo que contiene preguntas acerca de cuál es tu equipo de fútbol favorito, cómo es tu relación con tus padres, qué tal en el colegio, qué tal con la profesora, qué tal con tus amigos… Y yo te pido que 33 años después contestes al mismo cuestionario, pero desde el recuerdo de cuando tú tenías esos 13, 14 años que lo rellenaste por primera vez.
Es decir, yo no te estoy preguntando cuál es tu equipo de fútbol, sino cuál es tu equipo de fútbol… ¿Cuál recuerdas que era tu equipo de fútbol cuando tenías 13 años? ¿Cómo recuerdas que era tu relación con tu profesora o con tus padres cuando tenías 13 años? Y entonces empiezo a comparar las respuestas de esa personita de 13 años que contestó y la respuesta, el recuerdo de esa persona 33 años mayor. Este experimento que hizo Daniel Offer llegó a la conclusión de que aquello que recordamos no pasó como recordamos. El experimento llegaba a conclusiones tan chocantes como que tu equipo de fútbol favorito no era el que tú recuerdas; tu relación con tus padres no era como recordabas; tu relación con tus amigos no era como recordabas.
¿Qué está pasando ahí? Está pasando simplemente que un recuerdo no es más que un pensamiento. Un pensamiento que apunta al pasado, sí, pero es una propuesta neuronal que tu cerebro está haciendo ahora con quien eres ahora. Y cuando empiezas a darte cuenta de esto, te das cuenta de que realmente un recuerdo no tiene la capacidad de dirigir tu vida, de dirigir la toma de decisiones. Este es el principal punto conflictivo entre los recuerdos y el ser humano hoy en día. Yo, por ejemplo, me relaciono contigo en base a la última vez que nos encontramos. Yo determino en base a si tú me caes bien o mal en base a lo que recuerdo que ocurrió ese día.
Pero ni tú eres la misma persona de ese día ni yo soy la misma persona de ese día. Por lo tanto, no me estoy relacionando contigo, sino que me estoy relacionando con lo que recuerdo de ti. Cuando eso hago, mi recuerdo se convierte en una mampara, en una imagen mental que no me permite verte en realidad. Y, por lo tanto, todo el tiempo me estoy relacionando con una imagen mental de ti, una imagen mental de ti que llamo “recuerdo”, pero no está habiendo un encuentro contigo. Cuando yo voy más allá de mi recuerdo, más allá de mi pensamiento, me doy cuenta de nuevo de que ese recuerdo solo es una posibilidad. ¿Estoy dispuesto yo a descubrir cómo es mi relación contigo ahora, en lugar de relacionarme todo el tiempo con mi recuerdo? Cuando dices “sí”, eso se convierte en un encuentro. Un encuentro en el que no sabes quién eres, no sabes si esa persona te cae bien o mal, no sabes cómo es la otra persona, pero lo que sí sabes es que estás dispuesto a descubrirlo.
Tú has averiguado muchas cosas que nos pueden ser útiles en el día a día. Cosas prácticas, por así decirlo. ¿Qué destacarías de todo ello? ¿Cuáles de ellas destacarías?
La que más me fascina es esta posibilidad de que aquello que pensamos no es un hecho, sino una posibilidad. Para mí esto cambió la forma completamente de ver todo lo que ocurría en mi vida. Otra de las cosas que me fascinó es lo que llamo “la regla del PLAC”. Y dice: una persona, un lugar, un animal o una cosa de ahí lo de PLAC no tiene la capacidad de hacerme sentir, sino solo la idea que mi cerebro ha asociado a esa persona, lugar, animal o cosa. Esto nos pasa constantemente. Todo el tiempo nos comportamos como si aquello que sentimos viene generado por los demás. Y estamos cansados de ver que personas que viven situaciones de vida muy similares tienen la capacidad de reaccionar de maneras muy diferentes. Por ejemplo, una ruptura sentimental.
No todas las personas que les deja la pareja se sienten igual. Para unos pueden entrar en un episodio muy oscuro de su vida y otros pueden decir: “Uf, lo que me he quitado de encima”. Si nosotros nos metemos dentro de la cabecita de esas personas, descubriremos que están pensando y sintiendo cosas. Es realmente cuando mi cerebro piensa “no voy a encontrar a nadie que me quiera” que yo empiezo realmente a vivir esa ruptura como una pérdida, como algo muy intenso, como algo doloroso. Pero fijaos que si esa situación de vida viene acompañada de un pensamiento del tipo “de la que te has librado, vaya ‘piñora’ que te has quitado de encima”, la misma experiencia que puede ser una ruptura sentimental, la vivimos de manera muy diferente.
¿Crees que es posible reeducar el cerebro? ¿Y qué propones para ello?
Es inevitable. De hecho, nuestro cerebro está todo el tiempo esperando a ser reeducado. ¿Y qué es reeducar el cerebro? Es comenzar a comportarme en mi día a día de una manera coherente con cómo funciona mi cerebro, mi mente y mi organismo. Para ello tenemos muchas herramientas a nuestro alcance. Pero ya os digo que este proceso de reeducar nuestro cerebro no tiene nada que ver con cambiar a los demás. No tiene nada que ver con una búsqueda externa, sino más con un asumir: asumir las cosas que pienso, asumir las cosas que siento. Esto lo único que hace es devolverme la responsabilidad de lo que pienso y poder descansar de la dura tarea de estar culpando a todo el mundo por lo que siento, de estar culpando a todo el mundo de lo que pienso.
Si tienes que cambiar a tu pareja, a tu madre, a esa persona que sale en la tele diciendo no sé qué y al presidente del Gobierno, suerte. Pero es muchísimo más simple, muchísimo más sencillo asumir aquello que tu cerebro está pensando y asumir aquello que estás sintiendo, porque al hacerlo descubrirás que le damos a los pensamientos la condición de hecho y que normalmente proyectamos las cosas que sentimos sobre los demás. Solo viendo eso se abre la posibilidad de reeducar tu cerebro. Y bajémoslo más, vamos a la práctica: cuando yo empiezo a tomar conciencia de que un pensamiento solo es una propuesta neuronal… No sabéis las veces que he celebrado descubrir que no tengo razón, asumir mi ignorancia.
Parece realmente que equivocarnos, que asumir esa ignorancia sea un fracaso. Pero si no la asumimos, no aprendemos. El error es una gran oportunidad. Es la oportunidad de darte cuenta de que no sabes. Y aquí ocurre algo muy curioso: solo el que se da cuenta de que no sabe mira. Cuando crees saber, no miras. Y ahí nos encontramos un reto, y es dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla. Muchísimas gracias por acompañar en este ratito, en este pequeño laboratorio mental que juntos hemos hecho aquí hoy en este plató. Y muchísimas gracias sobre todo por atreveros a descubrir cómo funciona vuestra mente y vuestro organismo. Gracias.
Esta entrevista fue publicada por el grupo BBVA: aprendemosjuntos.bbva.com
REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO