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Remedios Zafra: “No hay pensamiento sin tiempo para pensar”

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“No hay pensamiento sin tiempo para pensar”, reivindica Zafra rescatando las palabras del sociólogo francés Pierre Bourdieu. El oficio de esta ensayista y científica es pensar. Pero etiquetar su trabajo sería tan reduccionista como desacertado. Científica titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), sus líneas de investigación se orientan al estudio crítico de la cultura contemporánea, el feminismo, las políticas de la identidad en las redes y las transformaciones del trabajo creativo en la cultura red. “Hay dos cambios que, a finales del siglo XX, cambian la forma de entendernos y de relacionarnos como humanos: el feminismo e internet”, asegura. Remedios Zafra es doctora por la Universidad de Sevilla y licenciada en Arte, licenciada en Antropología Social y Cultural, posee estudios de doctorado en Filosofía Política y un Máster Internacional en Creatividad. Durante 20 años ha sido profesora en varias universidades españolas y está acreditada como Catedrática en Arte y Humanidades. “La educación pública es la que garantiza que las personas, independientemente de dónde vengamos o de cómo nacemos o de cuáles son nuestros contextos, tengamos oportunidades”, defiende la pensadora. En su obra, Zafra analiza la cultura presente y cómo la Red modifica nuestras relaciones con el entorno, la sociedad, el pensamiento, el modo de habitar y el propio cuerpo. Es autora de ‘El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital’ – Premio Anagrama de Ensayo y Premio Estado Crítico -, ‘Ojos y capital’, ‘Un cuarto propio conectado’ y, su última obra, ‘Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura’.

Me llamo Ana y estoy encantada de poder hablar hoy contigo sobre un montón de cosas interesantes sobre la sociedad, la cultura y la vida. En tu último libro, ‘Frágiles’, hablas sobre lo vulnerables y lo frágiles que podemos ser a veces los seres humanos, así como la necesidad que sentimos de vivir una vida con sentido. Me gustaría comenzar esta conversación pidiéndote una reflexión sobre estos dos temas.

Sí. Yo creo que uno de los grandes aprendizajes que tenemos en la vida, y posiblemente uno de los grandes aprendizajes que tienen lugar en la niñez y en la adolescencia, tienen que ver con la enfermedad y con la muerte. Ser conscientes de que tenemos cuerpos frágiles, que somos vulnerables, es algo que supone un aprendizaje, que marca un punto de inflexión en cómo nos vemos a nosotros mismos.

En mi último libro, ese punto de partida de la fragilidad tiene mucho que ver también con lo que ha acontecido en el mundo en los últimos meses y está aconteciendo ahora en relación a la pandemia, esa toma de conciencia sobre las personas que tenemos cerca, o nosotros mismos, cuando tenemos enfermedades o vemos la muerte cerca.

Me parece un tema que, en relación a la educación y a la adolescencia, a mí siempre se me acerca a la forma en la que también hoy los niños y los adolescentes ven la muerte. Y a mí me llama mucho la atención cómo, por ejemplo, en un videojuego, hoy en día, que casi todos los niños y niñas son videojugadores, en un videojuego se puede morir muchas veces en una misma partida, en la vida no.

Y creo que esa toma de conciencia respecto a la contingencia, a la caducidad de los cuerpos, a que tenemos cuerpos que nacen, crecen y mueren, no es solo un aprendizaje que nos hace pensar en nosotros mismos y nos lleva a la autoconciencia, sino que también nos vincula mucho a los otros.

Quizás desde mi propia experiencia, también, como persona que se ha descubierto con un cuerpo más frágil del que tenía hace años, y… En los últimos tiempos he perdido mucha visión, mucha audición, y he visto cómo, en esa fragilidad del cuerpo, necesitaba más que nunca a los otros, y cómo incluso esa toma de conciencia respecto a la fragilidad nos ayuda a frenar.

Normalmente, nos ayuda a frenar con la ayuda de otros. De muchas maneras, yo creo que la fragilidad es parte de la costura comunitaria, porque, cuando nos reconocemos vulnerables, necesitamos que los otros nos ayuden, sostenernos en ellos, en su brazo, en su espalda.

Y creo que esa conciencia también de la contingencia de los cuerpos, pese a que en muchos casos se intenta evitar, porque procuramos proyectar sobre los niños y los adolescentes imágenes siempre positivas y un mundo interminable, un mundo más parecido a los videojuegos y a las ficciones, yo creo que es una de las cosas más importantes que tenemos que aprender desde que somos pequeños, cómo abordar esa complejidad, esa dificultad. Y me preguntabas también por lo que tiene sentido, por cómo esa fragilidad nos vincula o nos ayuda a valorar las cosas de otra manera.

¿Qué implicaciones tiene la nueva concepción del tiempo, las prisas en las que estamos inmersos?

¿La prisa es la característica de la vida cotidiana, y tristemente la hemos normalizado. Yo creo que cabe enfrentarse a que se convierta en algo natural en nuestras vidas. La prisa yo creo que tiene además mucho que ver con el exceso de opciones que nos provee la vida contemporánea y la vida mediada por tecnologías.

Cuantas más cosas podemos hacer, más cosas queremos hacer, y la tendencia cotidiana es a llenar nuestra vida de cosas, a que apenas existan espacios vacíos entre esas cosas que hacemos y a que apenas existan ya tiempos de tránsito. Muchas de esas cosas que hacemos las hacemos en las mismas pantallas. En la pandemia hemos podido ver como podíamos pasar de la pantalla en la que trabajábamos a la pantalla en la que veíamos alguna película y directamente al sueño, como en marcos de fantasía donde siempre había cosas que hacer.

Uno de los riesgos que trae consigo la normalización de la prisa es que no hay pensamiento sin tiempo para pensar, y no tenemos ese tiempo para pensar. Ese tiempo es algo importante y que hay que buscar, tiempo para pensar en nosotros mismos, tiempo para planificar, tiempo para posicionarnos en las cosas.

Yo a veces lo identifico de una manera visual, como esos juegos en los que tienes casillas que puedes mover, pero solo puedes mover esas piezas si hay una casilla vacía, y esa casilla vacía es el tiempo, y da la sensación de que las casillas están pintadas y que todo está lleno, que no podemos disponer de ese tiempo.

La posibilidad de que contemos con ese tiempo para pensar es importante, porque, si tendemos a dejarnos llevar por la prisa y por las inercias, a entrar en esos bucles de repetición que forman en gran medida nuestros días, tendemos a repetir y tendemos a acelerar incluso nuestros ritmos, porque podemos acelerarlos en tanto nos apoyamos en ideas preconcebidas.

Para ir muy rápido, tenemos que sustentarnos en estas ideas que son las que ya estaban en nosotros. Esta es una idea que especialmente trabaja el pensador Pierre Bourdieu, y de la cual llega a esta conclusión que te planteaba, tan sencilla pero tan esencial. No podemos pensar sin tiempo para ello.

Remedios, pese a todo, tú reivindicas la esperanza y el entusiasmo ante la vida. ¿Por qué es tan importante hoy en día no perder la esperanza?

La esperanza es lo que nos sujeta a la vida en la expectativa del futuro. Y no podemos perderla, porque eso supondría sucumbir, incluso sucumbir como humanos. Quien no tiene esperanza se deja mover, se deja llevar. La esperanza es ese estado de ánimo y esa emoción que nos permite soñar, confiar en que, en el futuro, podremos conseguir aquello que ansiamos, aquello que deseamos.

Y bajo mi punto de vista, esto tiene mucho que ver con algo individual, con cómo nos enfrentamos a la vida, y con esa manera de abordar lo que nos perturba y lo que nos inquieta con esperanza. Pero también tiene que ver con algo colectivo, porque hay veces en las que las cosas que nos angustian o que nos inquietan sentimos que no tienen tanto que ver con lo que podamos hacer, por ejemplo, cuando tenemos determinadas enfermedades o cuando sentimos que estamos ante un callejón sin salida.

Y yo creo que, en ese sentido, la esperanza es fundamental, pero la esperanza es fundamental en esa pierna, en ese apoyo que tiene en lo social. A mí, en mi reflexión sobre la esperanza, siempre me ha interpelado una frase que escuché a una persona que tenía un familiar muy enfermo, para el que parecía que no había alternativa. Sin embargo, esa persona, una mujer, una madre, decía tener esperanza y que su esperanza se construía en la confianza en que la sociedad estuviera trabajando por encontrar una solución.

Ese confiar en que la sociedad, la colectividad, el sistema público, los demás, los otros, nos ayuden en nuestra fragilidad y nos permitan dar soluciones a lo que no podemos solucionar nosotros, es lo que hace que, más allá del estado de ánimo y del carácter de cada uno, podamos tener esperanza. Cuando tenemos un contexto social, con una sanidad, una educación, una ciencia e investigación que nos permite confiar en que esto quizá ahora no se pueda resolver, pero en un futuro cercano sí.

Esta entrevista fue publicada por el grupo BBVA: aprendemosjuntos.bbva.com

REDACCIÓN WEB DEL PSICÓLOGO

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